MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 266 NOVIEMBRE DEL AÑO 2020 ISNN 0124-4388 elpulso@sanvicentefundacion.com icono facebook icono twitter

La fuente

“Diarios de almuerzo”por Abrenuncio Domicó

Por: Alejandro Londoño
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Hace meses que no hablo con nadie salvo conmigo mismo. Solo en ocasiones levanto la vista al cielo y saludo con gratitud a los loros que pasan con su gritería de tarde. Mi soledad ha sido por elección y no obligada, pues con terquedad asidua he sido visitado por otros animales, famélicas palomas, ibis de curvos picos y algunos gavilanes, que buscan una conversación, o quizá un consejo; pero como por estos días ando tan cansado les digo que ahora mismo desconfío del que escribe, así que les pido que vuelvan luego cuando la energía me abunde. He necesitado del ensimismamiento como método para recobrar un poco la potencia y la vitalidad mermada en las jornadas. Me cansa la asepsia de los números y las frases hechas. Desconfío de la forma en que se vive y se habla. Se está rompiendo lo que nos unía, no lo ven, y antes lo celebran como triunfo.

Pero me adelanté, comprobé, y antes de la expulsión, me hice a un boleto en el exilio, pagué la entrada con un gesto y elegí mi soledad sobre lo suyo. ¿Que qué tan sana o productiva fue mi elección?, pues no lo sé, pero me permite el juego, y como eso no es poco, me entrego a sus caprichos, a mis reglas y al santo oficio del teatro. Hoy juego a hacerme otro, a entender sus males y circunstancias. Comencé el experimento analizando el andar y la conducta de una paloma cadavérica que me expiaba. Se acercaba a pasos cortos, con todo el desparpajo de quien no teme ni se humilla. Supe que lo suyo no es tozudez ni la insistencia, sino la inconsciencia ante el peligro, y eso me asustó. Luego fingí un ataque de apoplejía que me obligara a llevar a rastras esa mitad del cuerpo que ya no era mía, que se había negado a participar del gobierno de mi voluntad. Pude ser paralítico, sufrir de crisis comiciales y hasta delirar por hirvientes fiebres cuartanas. Jugué a ser un agónico sobre una camilla desvencijada, mirando al cielo encandilado y recibiendo en mis riñones los embates de una calle mal pavimentada que recorrí al ser transportado con urgencia a una sala de cuidados. Me convertí en tísico, mis pulmones reemplazados por cartón y el pellejo adherido a mis costillas. Contuve los paroxismos de tos cuando el esputo se me acumuló en la garganta y hasta fue necesario escupir el acre sabor de esa imagen. Fui un infante hidrópico de palidez marmórea y vientre ascítico. Con paciencia acaricié la hidra vascular que se desprendía de mi ombligo y contemplé las azuladas y verdosas venas que traslucían en mis brazos. Pude ser el llanto de un padre que a patadas le reclamaba al cielo el hurto de su hijo y hasta un prematuro ictérico al que la luz le hería sus retinas. Fui una antigua monja de la Presentación con el hábito acariciándole los tobillos y un jardinero que flexionaba sus caderas con la intención de arañar yerbajos sin hacerle daño a su espinazo. Pude hacerme parte del paisaje, trasmuté en tronco y me dejé habitar por el entorno. En minutos, ya tenía el cuerpo cubierto de visitantes. Un grajo hacía antesala en mi hombro, mi brazo le daba de mamar a un zancudo hambriento y comenzó a saltar sobre mí un insecto de curiosa ingeniería, cuerpo alargado como salchicha y solo articulado en su cabeza, ojos enormes y largas patas resortadas que tendían a engrosarse en sus muslos. Sus colores, de tan vistosos, le daban apariencia de saltimbanqui.

Suelo permanecer aquí hasta que un síntoma me saca de mí mismo y de mi quietud observadora; usualmente es el prurito de las picaduras o las nalgas entumidas. Los que me ven ignoran que soy parte de este nicho, una pieza más del ecosistema hospitalario, un raro ambiente de milimétrico y dinámico equilibrio. Yo lo veo y escucho retumbar, sufrir por amenazas silenciosas que como carcomas debilitan sus cimientos. ¿Será que las palabras conjuran el peligro? ¿Deberé vibrar a la frecuencia de estos muros? No lo sé, estoy cansado y eso enfanga mis instintos, así que por ahora, me quedo siendo parte de este entorno, formando andamio de la vida y celebrando estos chorros de agua viva en que se bañan las palomas.


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