MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 276 SEPTIEMBRE DEL AÑO 2021 ISNN 0124-4388 elpulso@sanvicentefundacion.com icono facebook icono twitter

El COVID Persistente debe entrar al radar del sistema de salud

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Desde mediados de 2020 surgieron las primeras alertas sobre la posibilidad de que el COVID-19 podría generar problemas de salud más allá del periodo de infección normal sobre las personas. Para ese momento eran pocos los meses de existencia de la pandemia y el conocimiento sobre los efectos a largo plazo del SARS-CoV2 apenas comenzaba a ser investigados.

Debido al impacto generado por la cantidad de casos, la facilidad en la propagación, y la morbimortalidad mostrada por el virus, tanto el trabajo de los científicos, como el de las autoridades sanitarias, tuvo como foco central durante los primeros meses la búsqueda de estrategias y alternativas que permitieran controlar la velocidad en el ritmo de contagios, tratamientos posibles, y formas para disminuir la gravedad en las afectaciones en la salud de las personas. Sin embargo, luego de 20 meses, existe la evidencia científica suficiente para saber que los efectos del COVID-19 se extienden más allá de su fase aguda y por lo tanto los ajustes sanitarios para enfrentarlos se prolongarán más de lo inicialmente presupuestado.

Algunos estudios señalan que alrededor del 21 % de los pacientes que han sufrido COVID-19 continúan experimentando problemas de salud más allá de los seis meses, y entre un 10 y 15 % después del año, y estas afectaciones sobrepasan en sus efectos el tema sanitario, por cuanto se traducen en constantes bajas laborales o reducciones en la productividad, elementos que deben hacer que el interés por entender más la enfermedad no sea un asunto exclusivo de médicos y científicos, sino de la sociedad en general.

Otro elemento que se ha descubierto, y que debe causar preocupación, es que casos en los que las personas no han necesitado hospitalización en la fase aguda de la enfermedad porque la han cursado de forma leve, si pueden experimentar sintomatología persistente o aparición de síntomas tardíos e incluso el desarrollo de patologías potencialmente asociadas con la infección.

Estas nuevas evidencias han llevado a que Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la Organización Mundial de la Salud, en varias intervenciones haya manifestado que es imperativo que los gobiernos reconozcan los efectos a largo plazo del COVID-19, enfatizando en que la pandemia no solo necesitará ser combatida ahora, sino que puede generar numerosas secuelas que requerirán atención en el futuro, insistiendo en que este COVID prolongado tendrá impacto en los individuos, la sociedad y la economía.

Con este nuevo panorama se esbozan también nuevos retos para la pospademia. El primero y natural es que desde ya se debería estar priorizando la rehabilitación de las consecuencias del COVID-19 tanto a mediano como a largo plazo. Danny Altmann, inmunólogo del Imperial College de Londres explicaba recientemente en un seminario ofrecido por el sistema de salud público de Reino Unido (NHS) la necesidad de plantear una base de atención a estos pacientes ya que, al poder provocar la enfermedad múltiples secuelas, lo más probable es que se precise la participación de varias disciplinas para una recuperación total y más si se considera que no está claro si estos problemas durarán meses o años.

Otro propósito, complementario, debe ser fortalecer una exhaustiva recopilación de información de forma sistemática sobre los casos de pacientes que presenten COVID prolongado y sus secuelas, porque la realidad es que aún estamos en un momento de aprendizaje global sobre esta enfermedad. A propósito, la OMS elaboró un formulario estandarizado para informar de datos clínicos de forma individualizada sobre aquellos pacientes infectados que superan la enfermedad aguda y aquellos que han requerido hospitalización para examinar y monitorizar las secuelas. Lo importante de este tipo de herramientas es lograr construir un consenso sobre la descripción clínica de la condición pos-COVID-19, y definir por un lado los esfuerzos que se deben realizar en investigación, y la destinación de recursos para la atención clínica. Acá estamos hablando de lo que el British Journal Medicine ha denominado las “3R”: reconocimiento, investigación y rehabilitación.

Cuando nos acercamos al segundo año consecutivo de la actual pandemia, es evidente que enfrentamos como sociedad un problema que tiene ramificaciones masivas en la vida de los afectados y supone un gran reto para la planificación médica, reto que se agudiza ante la falta de atención que han recibido numerosas patologías en términos de tratamientos y diagnósticos tempranos debido a la disminución dada en 2020 en la cantidad de atenciones y procedimientos médicos. Y con esto debe surgir un tercer elemento a considerar, la necesidad de revisar el impacto que sobre las finanzas del sistema de salud tendría el manejo de las secuelas del COVID-19 que se deben sumar al potencial aumento de la carga de la enfermedad originado en esas patologías desatendidas.

Aunque las cifras de muertes y contagios disminuya, aún estamos lejos de dar vuelta a la página.


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