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Mes de las madres

Por: Damian Rua Valencia
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En este mes sagrado de la madre, y con el respeto que se merece la mía, de cuya chancleta me encuentro lo suficientemente lejos como para atreverme a escribir este artículo, quiero recordar que las progenitoras no sólo han sido fuente de dulzura, caricias y bondad.

Lo que pasa es que después de que Dios abandonó este mundo y pasó a mejor vida, que la figura paterna perdió su poder despótico y, sobre todo, después de que Freud reveló la perversión latente en los niños, no nos quedó más remedio que santificarlas. Tanto que hasta se ha dicho que es la palabra más bonita en español.

Pero hay quienes pueden tener sus dudas y, quizá con cierta razón. Si no, que le pregunten a Nerón (ya que está de moda eso de consultar a los muertos) que tuvo una relación más bien complicada con aquella que lo trajo al mundo. Su madre Agripina, hija de Germánico y hermana de Calígula, convenció a su marido Claudio para que lo prefiera a él, Nerón, como heredero, sin ser hijo natural del emperador. Luego de lo cual, se aseguró de que su esposo se deleitara con un delicioso plato de setas envenenadas. Así llegó Nerón al trono cuando tenía apenas dieciséis años. Pero era Agripina quien gobernaba en cuerpo ajeno. Y así fue hasta que su hijo decidió casarse con Popea. La relación entre madre e hijo que, según se rumoraba, llegaban hasta extremos sexuales, se agrió tanto que este último concibió y fracaso en los más diversos planes para asesinarla. Sólo pudo conseguirlo, luego de que fracasara una de sus estratagemas más cinematográficas, que incluía un navío roto y un naufragio de embuste, y de que se decidiera a enviar a sus soldados para que la acribillaran a espadazos en su lecho de sobreviviente. Muchos años antes, los magos caldeos le habrían vaticinado este destino atroz. A lo que ella habría respondido: Occidat, dum imperet! («¡Que me mate con tal de que reine!»). ¿Si esto no es devoción materna, entonces qué es?

No se tiene ninguna certeza en cuanto a sus orígenes, pero se cree que Roxelana nació en el reino de Polonia con el nombre de Alexandra Lisowska, pero fue capturada y convertida en esclava cuando era apenas una niña. Los avatares de la vida hicieron que en 1520 entrara a formar parte del harén de Solimán el Magnífico y que, poco a poco, fuera acaparando más y más la atención del sultán. Hasta el punto de convertirse en una relación exclusiva. Juntos tendrán cinco hijos, entre los cuales se encuentra Selim II, conocido también como el Borracho, que sucedería en el trono a Solimán. Para ello tuvieron que suceder varios hechos insólitos: primero, Solimán liberó a su esclava, luego la convirtió al islam y, por último, se casó con ella. Roxelana se convirtió entonces en sultana y, de paso, en consejera política y corresponsal con los cónsules occidentales. Y, hecho más insólito aún, los hijos anteriores del sultán comenzaron a morirse en circunstancias diversas. Hasta Mustafá, el preferido de Solimán, a quien se le hizo todo un montaje con cartas falsas para acusarlo de traición y ejecutarlo antes de que llegara al trono.

Blanca de Castilla, nieta de Leonor de Aquitania, fue reina de Francia por su matrimonio con Luis VIII, de cuya unión nació, entre otros, Luis IX, más conocido como san Luis. Pero más que el llamado de Dios, lo que recibió el pequeño Luisito fue rejo materno. Su madre, que veía en él la encarnación del rey católico ideal, le infligió una educación religiosa estricta y lo celaba hasta el extremo de retardar su matrimonio varios años. Finalmente, ni la excelente estratega que era Blanca de Castilla pudo prever que el matrimonio arreglado de su hijo con Margarita de Provenza tomaría un giro inesperado pues los dos tórtolos forzados dejarían de serlo y caerían perdidamente enamorados el uno del otro. Sobra decir que la intrusión de la rival tenía todo para molestar a la reina madre, que quería seguir teniendo un control absoluto sobre su hijo. Ella lo celaba día y noche, impidiendo que vivieran libremente su amor. A tal punto que la pareja, debidamente casada y santificada por Dios padre todopoderoso, tenía que acostarse separada y burlar la guardia de la madre mediante pasadizos secretos y disfraces. Según la historia, su madre le habría ordenado salir de la habitación y dejar sola a su esposa cuando ésta luchaba por su vida después de un parto riesgoso. Luis IX se dispone a seguir a su madre y, en un momento de rebelión extrema, se da media vuelta y vuelve a sentarse a la cabecera de su mujer. Fue quizá el inicio de su adultez. Sin embargo, como la educación de la infancia no se olvida, Luis tendría a la postre los mismos rigores de su madre y se mostraría implacable a la hora de imponer la religión católica (castigando la blasfemia, prohibiendo la prostitución, los juegos de azar y los préstamos de interés, así como reprimiendo por la fuerza a los judíos de Francia y llevando a cabo, de mano propia, una cruzada en Egipto.)

En el siglo veinte, novelistas como Milán Kundera se atrevieron incluso desacralizar la imagen de la madre. La vida está en otra parte (1973), una de sus primeras novelas, cuenta la historia de Jaromil, un joven poeta al que su madre le crea un destino lírico incluso antes de que venga al mundo. Tanto ella como él se enamoran, cada uno por su lado, de otras personas, pero estos amores están destinados al fracaso, porque el amor materno es exclusivo. Jaromil, mimado desde su infancia, se queda en una etapa de lirismo adolescente en la que uno se cree el centro del universo y su madre sacrifica su felicidad por lo que ella considera el bien de su hijo. El final de la novela lo dejo en suspenso para incitarlos a leerla… Pero valgan estos pocos ejemplos para recordar que el papel de las madres está lleno de ambigüedad, de devoción, de celos, de sacrificio y, sobre todo, de una paciencia infinita. Una paciencia capaz de soportar la necedad de los hijos que, aún después de viejos, les seguimos trayendo problemas.


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