MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 315 DICIEMBRE DEL AÑO 2024 ISNN 0124-4388
—“¿Un instante de felicidad no es suficiente para toda una vida?”
—No lo sé, nunca me lo había preguntado.
—Es el final de uno de mis cuentos favoritos de Dostoyevski. Y estaba pensando en eso… en relación con usted.
—¿Yo? ¿Por qué yo?
—Responda usted primero.
—Esta conversación es muy profunda como para que me sigas tratando de “usted”, ¿no crees?
—No se desvíe. El “usted” es solo un trato mínimo que se merece. Tómelo como muestra de mi respeto.
—Y yo que te he “tuteado” desde el inicio. ¿Qué pensarás de mí? Tómalo como una muestra de cariño.
—No me molesta que me trate de “tú”. Me molesta que no responda mis preguntas.
—¡Ay, pero qué genio, señor! No es que quiera desviarme, son cuestiones del lenguaje, para saber cómo tratarte, para saber cómo hablarte, cómo llegar a ti.
—No creo ser malgeniado, creo que usted es muy sensible.
(Ella, que ha estado mirándolo siempre a los ojos, se aparta. Toma un trago de su cerveza, suspira, y pareciera que fuera a levantarse).
—No sé qué hago aquí, contigo.
—Siempre se puede ir…
(Silencio).
—Pero no quiero que lo haga.
(Él le sonríe. ¿Estrategia de combate? No, en verdad no quiere que ella se vaya. Le cuesta, le cuesta mucho ser amable. Y ese gesto le funciona, porque ella le sonríe de vuelta).
—¿Sabías que eres insoportable?
(Ríe, pero entre su voz se discierne una especie de preocupación por sí misma. Ella no se va, porque espera algo. ¿Qué?) —Solo un poco, por eso le insistiré: “¿Un instante de felicidad no es suficiente para toda una vida?”
—No, no lo creo, porque no tenemos solo un instante de felicidad. Tenemos instantes, varios, a lo largo de nuestra vida. Creo que no podría quedarme con uno; sería injusto con lo demás que he vivido. Y, ¿tú?
—Para mí un instante de felicidad será suficiente para toda mi vida, solo eso quiero, solo eso necesito. Un instante que redima todo lo demás.
—Eso es muy ambicioso y, también, muy triste. ¿Cómo sabrás que ese instante llegó, que es ese y no otro?
—El tiempo me dirá cuáles momentos fueron falsos. Volveré sobre mi pasado y, con dolor, descubriré que dicha felicidad era una máscara cargada de amargura. Y entonces, pretenderé olvidar, para que quede espacio para ese único instante.
—Sigue siendo muy triste para mí, es como si siempre estuvieras al borde del dolor y no de la felicidad.
— “Si hubiera perdido la fe en la vida, si dudara de la mujer amada y del orden universal y estuviera convencido de que este mundo no es sino un caos infernal y maldito, por muy horrible que fuera mi desilusión, desearía seguir viviendo. Después de haber gustado el elixir de la vida, no dejaría la copa hasta haberla apurado”.
—¿Esas palabras son tuyas o de alguien más?
—Iván Karamazov. Y tiene razón: La derrota, mujer, siempre está al frente. Por eso un solo instante me bastará.
—Eres todo un fanático de Dostoyevski. Los hermanos Karamazov… tendré que leerlo para descubrir el encanto.
—Le prometo que no se arrepentirá, de pronto así me entiende. Muchos creen que, por mi desesperanza, soy pesimista; se equivocan. Soy un vitalista: la vida ante todo, aún si todo es fracaso.
—Eres peculiar.
—¿Peculiar? ¿Por qué?
—Ya nadie habla, así, como tú. No recuerdo cuándo fue la última vez que un chico de 24 años me trató de “usted”, no recuerdo cuándo fue la última vez que alguien habló de “redimirse”.
(Lo mira con sospecha y él lo sabe. Trata de diferenciar al hombre del personaje, ¿se puede?).
—¿Qué, mujer? ¿Por qué me mira así?
(Silencio y cerveza. Silencio y sonrisa).
—La mayoría del tiempo no sé de qué hablas. Me confundo entre tus palabras elegantes y pomposas. Apenas sobrevivo entre tus trampas léxicas y tus ojos.
—No creo hablar tan extraño como dice. Y si es así, ¿por qué no me lo dijo antes?
—Yo prefiero el lenguaje simple de Sábato y de Soto Aparicio; soy una mujer de inclinaciones latinoamericanas y usted parece un hombre tan europeo. Aun así, soy lo suficientemente orgullosa como para darme a la pelea con un hombre de Nietzsche y de Camus, pero en este punto me pregunto qué es suyo y qué es disfraz.
(Ahora es él quien bebe, por supuesto, de su copa de vino. Imposible adivinar lo que piensa. Inmutable, no se le mueve ni uno de sus cabellos).
—No es disfraz, es lo que creo. No podría hablar de otra manera porque es lo que he leído. Esos autores que usted nombró me acompañan cada noche y los leo, y releo, en búsqueda de mí mismo.
—Quiero creerle. Lo único que yo busco en las palabras es que sean honestas. —No voy a hablarle como usted, mujer. Ese no soy yo. Y aunque use palabras que cada vez se utilizan menos, no significa que sean menos honestas.
—Si los dos estamos buscando honestidad, deberías responder la pregunta que yo también te hice: ¿por qué yo, Juan Camilo?
—Si Iván Karamazov hablaba de beberse una copa, yo quisiera invitarla a que se tomara, conmigo, toda la botella. Máxima afirmación de la vitalidad.
—No sé si sea conmigo el instante de felicidad que deseas para toda tu vida. No quiero ser el momento enviado al vacío de tu memoria. La botella es muy tentadora, pero apenas puedo con una copa. Como ve, no tomo vino, tomo cerveza.
—Ojalá no le dé tanta dilación. Tómesela ya, que mañana moriremos.
Si usted está interesado en alguno de los libros de la Editorial San Vicente Fundación, ingrese al siguiente link, acceda a nuestro catálogo y realice su proceso de compra
Visitar catálogoTel: (4) 516 74 43
Cel: 3017547479
diana.arbelaez@sanvicentefundacion.com