Desde
hace algún tiempo se habla del síndrome de los
profesionales quemados, si puede traducirse así
parcialmente la expresión burn out. Se agrupa
bajo esta denominación una serie de cambios que con frecuencia
afecta al personal relacionado con la atención sanitaria
(también se ha referido a educadores). Son manifestaciones
de ansiedad, cansancio, desinterés por el aspecto laboral,
desmotivación, ausentismo. A ello se suman algunas otras
manifestaciones bizarras (trastornos en el sueño, alteraciones
de las relaciones laborales y familiares, tendencia a reducir
la intensidad horaria de trabajo).
Se ha considerado que influyen en estos acontecimientos situaciones
como la pérdida de la autonomía en las decisiones
de quienes se desempeñan en las tareas clínicas,
en el cuidado directo de pacientes, y se destacan los efectos
negativos de hechos no infrecuentes, como la automatización
y estrés en las relaciones con pacientes, colegas e instituciones. |
El quemarse de este modo tiene también
que hacer referencia a cuestiones de gran envergadura en los
aspectos de motivación y de realización personal
de quienes necesariamente enfrentan situaciones humanamente
complejas: dolor, enfermedad, y dificultades logísticas
y administrativas relacionadas con el quehacer clínico
cotidiano.
Se trata de un fenómeno global, no es un tema de alcance
local. Afecta a los profesionales sanitarios en diversos niveles
jerárquicos de responsabilidad y en variadas áreas
de trabajo y de especialidades; hace poco circulaba una noticia
sobre la práctica de la pediatría en España:
¡los médicos están tratando de que les
concedan disponer de diez minutos por paciente, pues actualmente
tienen sólo cinco minutos para cada uno!
Puede tratarse de un llamado de atención a la necesidad
de una eficaz y sincera autocrítica acerca de las realidades
contemporáneas de la atención sanitaria, de
los marcos jurídicos y normativos que hacen énfasis
en la facturación, en la despersonalización
y en un tecnocentrismo concéntrico y anónimo.
En estos ámbitos de la práctica clínica
contemporánea suele perderse, en frontera difusa y
peligrosa, la diferencia en los sentidos radicales de los
términos usuario-cliente con paciente
Está presente el peligro de la judicialización
del acto médico; el temor y la desconfianza mutua aparecen
en la escena cuando los imperativos de una práctica
a la defensiva van ganando espacio y eclipsando la posibilidad
de la empatía.
En el acto auténticamente humano y terapéutico
se da una relación de confianza y de dignificación
tanto del enfermo como de quien está al servicio de
su bien total. Esto tiene especial validez en las circunstancias
existenciales de fragilidad vividas por el enfermo y su familia.
Con cuanta razón Karl Jaspers hace casi medio siglo
premonitoriamente escribía: ¿Cuál
es la situación actual? Se escucha decir: cuanto mayor
el conocimiento y la pericia científicos, cuanto más
eficiente la aparatología para el diagnóstico
y la terapia, más difícil resulta encontrar
un buen médico, tan sólo un médico
Hoy merece la pena reconsiderar el camino por el cual han
conducido legisladores y sociedad a la atención en
salud. Podemos legítimamente aspirar a redescubrir
los caminos de la vocación y el servicio; así
la dignificación tendrá de nuevo una doble y
fértil vía, tanto para el enfermo como para
el terapeuta.
El burn out es una alerta quemante: el terapeuta
también debe cuidar de sí mismo, haciendo respetar
la naturaleza humana de su quehacer.
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