MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 8    NO 100  ENERO DEL AÑO 2007    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

El olvido de los
programas de salud pública
Conrado Gómez Vélez - Especialista en salud pública y en evaluación social de proyectos. Magíster en ciencias políticas. - elpulso@elhospital.org.co
Hace años que se viene hablando del debilitamiento de salud pública, sin alcanzar un acuerdo sobre las dimensiones y factores comprometidos. Es un discurso impreciso, cruzado por la perspectiva de un sector reformista que no admite problema alguno y otro más crítico que ve en la Ley 100 de 1993 una pérdida gravísima de los valores públicos. Para precisar los factores inmiscuidos, en la edición de noviembre pasado de El Pulso, me referí a la falta de un acuerdo fundamental sobre las finalidades y tareas públicas en salud, y a las enormes diferencias ideológicas sobre lo que compromete y lo que es la salud pública.
Explicaba que no se trata de lograr una definición académica o de libro, sino un consenso, una política pública que fije las responsabilidades del gobierno, la sociedad civil y las diferentes organizaciones. Asimismo, afirmé que se impuso una definición recortada de salud pública, asimilándola al listado de servicios incluidos en el Plan Obligatorio de Salud -POS- y al Plan de Atención Básica -PAB-, una expresión que le gusta a los hacendistas porque garantiza el control fiscal. Es muy triste ver como en los niveles ejecutivos o legislativos más elevados, se confunde salud pública con PAB o con promoción y prevención. De esa manera entregamos recursos cuantiosos a entidades territoriales, EPS y ARS, sin asegurar un modelo de análisis y gestión apropiado.
En esta edición de enero quiero tratar de otro aspecto: los medios y estrategias de gestión en salud pública, es decir, los programas y proyectos. No pretendo una revisión integral, sino una provocación.
Uno de los principales cambios que acentuó la reforma fue el debilitamiento de los programas de salud pública, particularmente aquellos que llamábamos “Verticales”. Esto no quiere decir que los programas hayan entrado en crisis con la reforma, porque para esa época ya acusaban problemas graves de diseño y gestión.
Los programas verticales obedecían a una mentalidad marcial y sistémica, fortalecida durante la Guerra Fría con los acuerdos de Punta del Este de 1965, para responder a los logros del bloque comunista en salud. Este enfoque, organizado y eficaz en el contexto de países bajo regímenes militares, resultó insuficiente a medida que lo sociedad se pluralizaba, se hacía compleja y se afectaba por enfermedades crónicas, donde la solución se relaciona más con el estilo de vida, que con eliminar un vector o un agente infeccioso, por ejemplo. En campos como enfermedades transmitidas por vectores -ETV-, los programas verticales pasaron rápidamente del optimismo al pesimismo; primero se declaró la guerra los insectos esperando su inmediata erradicación, luego con moderación se habló de control y al final quedamos perplejos, hasta que los programas se desarticularon. En enfermedades trasmitidas sexualmente también pasamos de la ofensiva a la defensiva: primero incluso se visitaba a los contactos para ordenarles exámenes y tratamiento, luego tuvimos que hacer un énfasis mayor en la educación, sin embargo hoy, a pesar de los esfuerzos en VIH, los resultados en el mundo muestran que perdemos la batalla. Otros programas como vacunación, control de la enfermedad diarreica y respiratoria aguda se han mantenido con algunos cambios. No obstante los programas venían burocratizándose, y cada vez eran más difíciles de sostener.
Luego, la reforma y especialmente la descentralización, hirieron de muerte los programas de salud. Sus responsabilidades y personal se trasladaron a las entidades territoriales, para reestructurarlas posteriormente con el apoyo principalmente de la DAF del Ministerio de Hacienda y una participación muy tímida del Ministerio de Salud.
Desaparecen programas
Los funcionarios de mayor rango ejecutivo que entraban al Ministerio, luego de 1994, se encontraban con unos programas que perduraban en la estructura orgánica, con sendos jefes de programa y recursos incluidos, pero completamente desconectados de la reforma en sí misma. En medio de la confusión quedaba la tarea de dar impulso al PAB y la prestación de servicios de promoción y prevención para los asegurados, una cosa que no rimaba con los programas como estaban concebidos. A pesar del desorden, no se acometió inmediatamente un proceso de modernización y reestructuración de los programas, como se viene haciendo con las Empresas Sociales del Estado -ESE- quizá esto fue fruto de nuestra inmadurez y sobre todo de la urgencia de montar el sistema de seguridad social a toda costa. Al final, los programas también desaparecieron del organigrama del entonces Ministerio de Salud, gracias a sucesivas reestructuraciones, quedando incluidas sólo algunas prioridades como vacunación. Los departamentos, que tienden a copiar la estructura del Ministerio siguieron su ejemplo, eliminando los programas de sus estructuras.
Con la desaparición de los programas el país se quedó sin una estructura formal, permanente, para atender las prioridades públicas en materia de salud, y lo que es peor, sin una gerencia estratégica a cargo de prioridades claramente establecidas y delimitadas, con recursos garantizados. Debe tenerse en cuenta que la atención de los problemas de salud, desde una perspectiva social, requiere no sólo de recursos financieros, también exige investigación y un manejo estratégico que actualmente se atiende de manera parcial y reactiva. Ni las resoluciones, ni los protocolos, ni el PAB, ni los recursos de promoción y prevención en las EPS, reemplazan integralmente los programas; es decir, una cabeza que ordene estratégicamente la atención de las prioridades en salud publica, con mecanismos de poder y financiación asegurados.
Ante los problemas emergentes, el Ministerio viene retomando el campo de la salud pública; hace algunos años se ocupa de los protocolos de atención y recientemente viene avanzando en los marcos lógicos de intervención y evaluación. El seguimiento a EPS y ARS es ahora más ordenado y coherente, y sucesivamente se vienen diseñando políticas más integrales frente a problemas como salud materno-infantil. La reciente reforma de la Ley 100 avanza aún más, porque impone la evaluación de resultados en salud y bienestar como una tarea obligatoria para todos los actores del sistema, al mismo tiempo que restituye los recursos de promoción y prevención que se le habían quitado a las aseguradoras de régimen subsidiado con la Ley 715, entendiendo que es insensato que una aseguradora atienda únicamente conceptos asistenciales, perdiendo las oportunidades de prevención y promoción de la salud. No obstante falta mucho por hacer. Cuando hablamos de programas, nos referimos a un plan de trabajo, a recursos humanos calificados, recursos financieros de dedicación específica, y en general, a la infraestructura para atender un problema de forma coordinada, de acuerdo con un marco lógico de intervención. Por eso no es difícil pronosticar que tarde o temprano el Ministerio y el país tendrán que cerrar el círculo y volver al enfoque programático en áreas específicas.
Es absolutamente necesario entender que, de manera aislada, la atención individual de los enfermos a través del POS contribuye muy poco al logro de objetivos en salud pública. Toda la inversión asistencial que se está haciendo puede ser inocua, si no se fortalece la agenda estratégica en salud pública. De un modo similar, lo que se viene haciendo en PAB es muy pobre en resultados, considerando la enorme cantidad de recursos invertidos, ofreciéndolos casi como una dádiva a las entidades territoriales. Las flaquezas son muchas: falta de investigación, carencia de una orientación estratégica, falta de coordinación y corrupción. La buena noticia es que durante estos últimos 20 años en el mundo se ha avanzado considerablemente en materia de programas de salud y que existen metodologías tanto de diseño como de gestión superiores a lo que conocimos hace 15 años. Esos nuevos avances nos esperan para el día que decidamos definitivamente que los programas de salud pública se deben re-potenciar de forma integral, con conceptos gerenciales y técnicos mejores, que están a nuestro alcance.
 

 



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