MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 7    NO 93   JUNIO DEL AÑO 2006    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Pluralismo o corporativismo estructurado
Conrado Gómez Vélez - Especialista en salud pública y en evaluación social de proyectos - elpulso@elhospital.org.co
Hace varios años que la principal estrategia política de las IPS y los profesionales de la salud, es lograr un manual de tarifas que les ofrezca una certeza mínima de ingresos y de la calidad del servicio que pueden prestar. Las tarifas no buscan únicamente un mejor estatus económico y social para los prestadores, como quiere hacerse ver; también tienen el propósito de asegurar que en Colombia se podrá prestar un determinado tipo de servicio, con respeto y calidad, con profesionalismo y en espacios y tiempos adecuados.
Algo que muchos no han observado, es que los profesionales de la salud están educados para prestar servicios de calidad. Por su formación basada en la excelencia humana y técnica, les duelen las malas condiciones de desempeño y calidad, porque saben que esas mismas recaen en el servicio que reciben los usuarios. Entonces, ¿por qué cada vez se presiona más la baja del precio de servicios de salud? En sentido contrario, estudios hechos en Estados Unidos hace años sustentan que la “calidad” y el “precio” en salud no están asociados; o por lo menos no tuvieron nada que ver en las averiguaciones norteamericanas, en su momento y circunstancias. Es decir, sostienen desde su punto de vista, que reducir los precios de servicios de salud no afectaría la calidad, e incluso que un producto más barato puede ser mejor que uno más costoso. Son afirmaciones que estimulan a reducir precios, porque concluye que se está pagando por algo que no lo vale.
Calidad y precio en salud, ¿nada qué ver?
Sin embargo, las condiciones de Estados Unidos son incomparables con nuestra situación, porque allá la graduación de profesionales si está regulada y no se permite tener una facultad de medicina en cada barrio; es un estudio hecho con supuestos diferentes, porque los precios de los servicios de salud en ese país orbitan en valores casi que suntuarios y no de sobrevivencia como en nuestro país. No es lo mismo comparar los precios de lugares como Estados Unidos, en donde los gastos de salud per capita sobrepasan el PIB por persona de cada colombiano. Para los que valoran las matemáticas y la investigación, diremos que si precio es la variable independiente y calidad la variable dependiente, aunque se compruebe que no existe asociación en la parte alta de las escalas, no puede descartarse que aparezca asociación en niveles más bajos de la escala del precio, como en Colombia, porque las regresiones y las correlaciones no pueden proyectarse en rangos de las variables que no se han estudiado. Para quienes no gustan de estos trabalenguas, diremos que es posible no encontrar asociación entre precio y calidad cuando los valores son muy altos, a niveles casi suntuarios, como los de la medicina defensiva de EU, pero que tratándose de reducciones en el precio cuando están muy bajos, como en los países pobres, sí pueden atentar contra la calidad porque no es factible reducir los costos infinitamente. Hay un punto a partir del cual la reducción del costo sólo puede hacerse debilitando el servicio; si no fuera así, si no existiera ninguna relación entre la calidad y el precio en salud, en Nicaragua y Bolivia no habría problemas porque tendrían los mismos servicios que los canadienses y norteamericanos. Si fuera cierto que la calidad en salud y el gasto no tienen nada que ver, seguramente sería lo mismo estar en Quibdó que en el parque de la 93 en Bogotá. No habría porqué preocuparse de la salud ni de la economía de nada: todo sería lo mismo.
Los profesionales de la salud están educados para prestar servicios de calidad. Por su formación basada en excelencia humana y técnica, les duelen las malas condiciones de desempeño y calidad, porque recaen en el servicio que reciben los usuarios.
Mientras muchos técnicos están tranquilos en sus escritorios, gracias a los artículos que recibieron en sus postgrados en el exterior o que bajaron por internet, asegurando que la calidad y el precio no tienen nada que ver, los profesionales de la salud colombianos, que sí atienden pacientes, lo que observan es el envilecimiento gradual de su trabajo y de la calidad del servicio. A modo de ver de los prestadores, los profesionales y los pacientes, gracias al regateo de precios en donde lo que importa es comprar más y más barato, la salud avanza en una ruta descendente de congestión y mala calidad. Por eso los unos piden las tarifas y los otros ponen tutelas o reclaman libre elección del prestador. En resumen, muchos profesionales lo que están viendo es una carrera descendente, una desesperación constante para ir a ninguna parte; hay que creerles porque ellos son los que saben de eso y son también los que están en la operación del sistema de salud. Lo mejor sería hacer a la mayor brevedad el estudio de caso de Colombia.
Una discusión estancada
Pero, ¿qué pasó con las tarifas? Simplemente que el gobierno no puede concederlas por unas razones de fondo. El Señor Presidente se comprometió a autorizar las tarifas siempre que no haya desajuste fiscal, lo que no significaría ninguna mejoría, porque sería dejar las cosas como están; además, quien decide si se desajusta el fisco es el Ministerio de Hacienda, justamente el mayor opositor de las tarifas. El Ministerio de la Protección Social por su parte, se ha movilizado y ha tratado de atender las peticiones de los interesados en un vaivén de amores y acusaciones con los gremios, en donde estos últimos salen a los medios y señalan, luego aflojan y le bajan el tono, pero en general están en una condición desventajosa porque no pueden debatir con un gobierno que va a ganar las elecciones y que tiene argumentos técnicos para no aprobar un sistema de tarifas obligatorias, que encarezca la salud. No hay razones políticas y las técnicas no están claras. En la penúltima semana de mayo, a días de las elecciones, el gobierno no había concedido las tarifas; el equipo aspirante a nuevo periodo de gobierno puede tomarse su tiempo para revisar muchas veces el asunto frente a los balances de poder electorales, que le favorecen. Por supuesto, pasadas las elecciones la condición de los gremios será mas difícil; si no lograron una decisión frente a las tarifas en el período preelectoral, es casi imposible hacerlo más tarde, a menos que haya segunda vuelta y la diferencia entre el presidente y el segundo candidato sea mínima.
Como se dijo, las razones por las que no se han concedido las tarifas son de fondo. El país no puede volver al sistema corporativista, donde los patriarcas de juntas directivas de hospitales y los profesionales negociaban con el gobierno de tu a tu las tarifas, porque se viene buscando el “pluralismo estructurado”, en donde se supone hay competencia y libertad de precios. Libertad de precios significa precios bajos, más servicios, opciones de elección, competitividad, más cobertura, más precios bajos, más servicios en el POS y por la misma plata. Reversar en esto sería casi echar para atrás la reforma, sometiendo la principal herramienta de regulación que es el precio, al arbitrio de una negociación entre partes interesadas. Por eso lo ofrecido en tarifas mínimas no llena las expectativas de los prestadores, y en mi opinión, no creo que el gobierno deba ni quiera ceder mucho más.
Estos hechos deben llevar a profesionales y prestadores a reflexionar sobre sus estrategias de cabildeo y de diálogo con el gobierno; las últimas decisiones en vigilancia y atención de quejas demuestran que éste es sensible a los problemas de calidad, y que desea resolverlos. La población ahora es menos tolerante con los problemas de calidad y está cada vez más intranquila; el asunto es hacer un cambio que equilibre el poder de prestadores y profesionales sin regresar al modelo anterior, bajo una alternativa que el país pueda aceptar técnicamente y con dignidad, para estar mejor y no para darle gusto a un sector delimitado.
Redefinir prioridades
Parte de la solución está a mi modo de ver, en resolver otro problema de regulación de nuestro sistema que es la integración vertical, porque atenta contra el Pluralismo y la libre elección, convirtiendo el sistema colombiano en un “Corporativismo Estructurado”. Si bien la libertad de oferta y demanda es esencial para tener un sistema de salud pluralista y no corporativista, en el momento en que los aseguradores pueden integrarse y absorber la oferta de servicios, la competencia desaparece. Lo que se hace con la mano de la libertad de precios se borra con el codo de la integración vertical. No hay competencia: hay monopsonio. Esta coyuntura puede servir para que los prestadores planteen al gobierno una alternativa de solución más viable, que no afecte el equilibrio fiscal, coherente con los principios de una reforma liderada desde el comienzo por el Señor Presidente, que quiere consolidar. Regular la integración vertical le daría fuerza a la reforma porque la llevaría a su diseño original, que incluía separación de funciones y no por casualidad, sino porque desde el comienzo se buscaba verdadera competencia. Por supuesto, los aseguradores se opondrán y si ellos me pidieran consejo les diría que cuidaran su integración vertical.
Sea esta o sea otra la vía de un diálogo renovado, los prestadores deberían revisar su agenda política, dándole más importancia a otros temas que ahora están en cuarto puesto, porque el punto de las tarifas consume todas las discusiones. Es lo menos que puede hacerse de frente a un nuevo periodo de gobierno. La lista es larga.
 
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