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Todas las personas a las que les gusta leer se han visto alguna vez en la divertida pero penosa tarea de ordenar sus libros. Divertida porque no hay mejor excusa para perder el tiempo, y penosa, porque una vez comenzada, uno se da cuenta de la dificultad de poner en un orden coherente años de lecturas y de gustos contradictorios.
Afortunadamente, eso solo ocurre en momentos precisos de la vida, como al cambiarse de casa o al casarse, y, si se mira bien, generalmente por requerimiento externo, rara vez por gusto propio.
Sin embargo, como ya se ha dicho infinidad de veces, una biblioteca es el reflejo de la intimidad. Tanto así, que cada vez que voy a la casa de alguien por primera vez, no puedo evitar disculparme cuando me sorprenden con la mirada torcida tratando de leer los títulos de los libros en los anaqueles. Es como la invasión de la vida privada, como si uno echara un vistazo en el cesto de la ropa sucia.
Por eso, sé que hay quienes se protegen contra los eventuales mirones, poniendo estanterías públicas en el salón, repletas de libros amenos, y reservando una más íntima para el calor de la habitación, cerca del nochero donde están abiertos los libros que uno nunca termina de leer.
Recuerdo que Stendhal decía justamente que las bibliotecas servían para clasificar los malos libros y que el mero hecho de que estuvieran cerrados, bien organizados y agarrando polvo daba buena cuenta de su contenido.
Para otros, en cambio, la biblioteca es un lugar metafísico, de encuentros improbables, reflejo del paraíso, como imaginó Borges.
Pero en nuestras modestas bibliotecas personales, los libros son más bien el recuerdo de gratos momentos y de amistades cuyo significado se rehúsa a dejarse domar por el frío sistema de clasificación alfabética inventado por Melvil Dewey.
Es por eso que hay quienes optan por un sistema más acogedor, como es el de organizar los libros por tamaños y colores. También hay quienes los ordenan por editorial, por colección y hasta por fecha de adquisición, que puede tener como variante el momento de lectura efectiva.
Uno de los trabajos más originales dedicados a la cuestión se lo debemos a Georges Perec, miembro del Oulipo y autor de La vida instrucciones de uso. Para él, uno puede organizar su biblioteca por orden alfabético, por país o continente, por fecha de compra, por fecha de publicación, por formato, por género, por periodo literario, por lengua, por prioridad de lectura, por asociación de ideas o por serie y colección. Sin embargo, él mismo reconoce que es vano el esfuerzo de clasificación y admite que la mayor parte de sus estanterías están en un desorden del que él solo conoce las claves.
Susan Sontag era adepta de la organización por temas, por idioma y por cronología en la sección de literatura. Una elección que comparte Pierre Lemaître, autor de Nos vemos allá arriba, y agrega que tiene un rincón especialmente dedicado a Proust, en el que están no solo todas sus obras, sino las ediciones especiales, con ilustraciones y anotaciones.
Y es que los bibliófilos son esencialmente fetichistas. En una de las incontables entrevistas, Vargas Llosa expone con satisfacción una primera edición de Madame Bovary de Gustave Flaubert y otro de Los Miserables de Victor Hugo, dos de los escritores más importantes en su vida y dice que se alegra al pensar que esos ejemplares pudieron haber pasado por las manos de esos dos titanes.
Para Arturo Pérez-Reverte, armar una biblioteca significa tomar posesión. Para él, que ha sido corresponsal de guerra, y ha viajado por diversos países, los libros son su hogar, y la biblioteca, su mundo personal, que lo protege cuando está en su casa, y que lo acompaña incluso en sus viajes.
Sin embargo, todos los que aman los libros saben que una biblioteca no es solamente el reflejo de las lecturas pasadas. No se trata de la reunión de los libros que se leen con la misma rapidez que se consiguen. Hay textos que uno lee, sin que lleguen a ser parte de la biblioteca personal. Hay otros que llegan ahí sin que uno los lea.
Se ha dicho mucho que la biblioteca personal dice mucho de quienes somos. Yo he pensado que ella es más bien el reflejo de lo nos gustaría ser, si tuviéramos más tiempo o si tuviéramos las capacidades. Creo que es un reflejo de nuestras aspiraciones y también de nuestras limitaciones, porque no creo que haya otro lugar en la casa que nos muestre con más crudeza y ternura la ínfima parte del tiempo que nos ha sido deparado vivir.
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