MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 296 MAYO DEL AÑO 2023 ISNN 0124-4388 elpulso@sanvicentefundacion.com icono facebook icono twitter icono twitter

Una fiesta a la francesa

Por: Damián Rua Valencia
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El mes de mayo, como el de enero, comienza con la bendición de un día feriado. Pero a diferencia del de principios de año, que en el hemisferio norte sirve para que la gente soporte el peso del invierno y las pocas horas de sol, el de mayo anuncia la llegada de tiempos mejores: días cálidos, amabilidad, verano, vacaciones. El mundo parece salir de un túnel obscuro en el que los días se reducen a trabajar no tanto de sol a sol, sino de noche a noche.

Sin embargo, el primero de mayo es, sobre todo, el día del trabajo o, más precisamente, de los trabajadores y de la lucha obrera, en homenaje a la masacre de Haymarket, acaecida en los Estados Unidos, donde, ironías de la vida, no lo celebran este mes, sino el primer lunes de septiembre, quizá por miedo de que se despierten viejos ánimos de justicia social.

Cada país tiene sus maneras de celebrarlo. En Francia, que posee una amplia tradición revolucionaria, es un día sagrado. En el recuerdo de los franceses está presente esa otra masacre sucedida en 1891 en Fourmies, en el norte del país. El ejército, dotado de los novedosos fusiles Lebel que podían atravesar a tres personas con un solo tiro, disparó a quemarropa contra una multitud de obreros que reclamaban mejores condiciones laborales. La balacera dejó nueve muertos, ocho de los cuales eran menores de edad, y una treintena de heridos, en menos de un minuto.

La lista de hechos como estos es tan larga que a uno no le cabe en la cabeza. Por eso, las conmemoraciones en todo el mundo tienen un carácter agridulce. Celebran a la vez los triunfos de la clase obrera y rinden homenaje a las víctimas de la represión estatal que siempre ha estado aliada al poder de quienes tienen plata. Es fiesta y lucha al mismo tiempo.

Ese sentimiento lo experimenté hace unos días porque el primero de mayo me sorprendió en plena carretera entre Borgoña y Alsacia.

En Francia, el primero de mayo es quizás el único día del año en el que no hay nada abierto: ni los cafés, ni los restaurantes, ni los supermercados, ni las tiendas turcas, ni siquiera los transportes públicos trabajan. Es el único día del año en que el país se paraliza y se dedica a descansar.

Eso lo supe un poco tarde, luego de haber recorrido kilómetros y kilómetros de campos de colza y un puñado de pueblos desiertos encallados entre los sembrados amarillos, en busca de un restaurante. Pero no había nada. Era como si a la gente se la hubiera tragado la tierra o hubiera huido despavorida.

Lo único que pude encontrar, luego de un buen rato, eran personas del común que vendían ramitas de muguet (lirio de los valles) que los franceses suelen regalarse para la ocasión.

Solo después, al llegar a Montceau- les-Mines, una comuna de unos 20 000 habitantes, comprendí, muerto de hambre, que todo el mundo estaba dedicado a las dos actividades principales de la jornada: las manifestaciones sindicales, como es de esperarse, y la venta de artículos de segunda mano, en los múltiples mercados improvisados en mitad del campo. La única manera de encontrar algo de comida era entonces acercarse a una de esas ferias.

En realidad, había otra opción, aunque menos glamorosa: entrar en un hotel de vidrios polarizados, a orillas de la manifestación, de esos en los que el mesero recibe a los pocos clientes con una sonrisa servil y una frase que uno no sabe si es displicente o resignada: “Nosotros sí trabajamos”.

Decidí (o decidimos, porque no estaba solo) mejor sumarme a la manifestación de cacerolas, aunque fuera unos cuantos metros y esperar para ir a comer a la brocante.

La brocante, que es como le dicen a ese tipo de mercado, sorprende por su variedad, no solo de productos, que van desde jabones para limpiar escopetas hasta las lunas usadas de los inodoros, sino, sobre todo, de personas. Niños chiquitos, grupos de solterones, amigas de escuela, enamorados que se besan en cada esquina, familias de gitanos y jubilados se cruzan como si nada, como si no tuvieran nada más que hacer en la vida.

Un señor en edad de jubilarse que nos vio acostados en el pasto disfrutando del día del trabajo como se debe, no se pudo aguantar las ganas de preguntarnos si habíamos participado en la otra parte del regocijo, en la manifestación contra el aumento de la edad de jubilación. Y es que este año, la marcha se llevó a cabo en un contexto enrarecido que recuerda la crisis de los chalecos amarillos y que muestra otra cara mucho más autoritaria del país de los derechos humanos.

“Es escandaloso cómo atropellan a la gente”, suspiró el señor, al regalarnos un muguet, “con las leyes, y con la cachiporra”. Y agregó: “El muguet simboliza la buena suerte. Aunque, como están las cosas, más valdría regalar una cacerola”.


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