El Estado sigue mostrando su incapacidad para el salvamento
económico de sus Empresas Sociales -ESE-, pese a
sus sofisticados Programas de Saneamiento Fiscal y
Financiero -PSFF-. Sin subvalorar el dispositivo técnico
de estos programas y la salvación de muchos hospitales
en riesgo, ello se debe, ante todo, a la buena gestión
de las instituciones hospitalarias y a la ayuda dispensada
por los departamentos y municipios -aunque no todos- con
buena dosis de voluntad política e inyección
de recursos.
No siempre los parámetros de los Programas de Saneamiento
son congruentes con las necesidades financieras de los hospitales.
Los ítems considerados para la categorización
del riesgo y la adopción de esos programas son parcializados,
giran casi exclusivamente alrededor de la gestión
financiera de los hospitales, de su rentabilidad,
de su capacidad de venta de servicios, en contravía
de claros preceptos constitucionales y de los mismos fundamentos
teóricos del Ministerio de Hacienda para los PSFF.
Una sentencia reciente de la Corte Constitucional recaba
en ello y asevera que no se puede juzgar la operatividad
de una ESE sólo a partir de su comportamiento fiscal
y financiero, ignorando la gama y amplitud de sus servicios
y su impacto social; pero estas cosas hace tiempo son letra
muerta para los rectores del sistema de salud y sus protegidas
aseguradoras.
Ahora, está bien que el Ministerio de Hacienda fije
plazos precisos a los hospitales y secretarías, para
el cargue de programas de saneamiento en la plataforma informática.
Pero, ¿se justifica el fundamentalismo con que devuelven
muchos programas porque llegaron 10 o 15 minutos después
de las 12 de la noche del 3 de julio de 2014? ¿Acaso
estaban ahí sentados los funcionarios del Ministerio
a la una de la mañana para empezar el análisis
de los PSFF? ¿Tiene el gobierno igual rigor con sus
dependencias cuando incumplen (no por minutos sino por meses
y hasta por años) los términos que él
mismo señala?
Encima de esto, si un departamento se descuida, la Nación
se ensaña en el castigo. Antioquia, por ejemplo,
a pesar de las explicaciones de la Secretaría de
Salud sobre el cargue oportuno de los programas y las caídas
del sistema esa noche del 3 de julio, ¡el último
día de plazo! ¿No nos estaba cogiendo la noche
para mandar esos papeles? Habría que revisar mejor
el cronograma y su cumplimiento, pues los hospitales y otros
sectores alegan que presentaron la documentación
a tiempo. Pero antes del cumplimiento de términos,
hay que discutir el manejo dado a las crisis por los distintos
actores. Primero, un Estado que no pone en cintura a los
responsables de la bancarrota de las ESE con su eterna cultura
de no pago, difícilmente puede atribuir la insolvencia
de los hospitales a falta de gestión.
Segundo, hay que reconocer a muchos departamentos el esfuerzo
desplegado para ayudar a sus hospitales, aplicando oportunamente
los pocos dineros arrancados al gobierno central para el
saneamiento. Pero no pasa así en todas partes: mientras
regiones como Santander, Magdalena y Bogotá dan la
mano a sus hospitales saneándolos, otros como Antioquia
prefieren el fácil expediente de la liquidación,
siendo más costoso liquidar que sanear; y sobre todo,
más perjudicial para la salud pública.
Cuando se liquida, a los costos fijos de saneamiento, pago
de deudas, etc., se suma el caudal de indemnizaciones y
el costo social de los despidos, y se deja la ESE a la buena
de Dios, a merced del interés privado que no es propiamente
el servicio sino la rentabilidad. Valdría la pena
que el señor gobernador de Antioquia revisara el
obvio desbalance entre la cuantiosa inversión ($350.00
- 400.000 millones) para la educación -siempre loable
en principio- pero más dirigida a Parques Educativos
y Olimpíadas del Conocimiento que a remediar la baja
relación profesor-alumno, el paupérrimo nivel
estudiantil en las Pruebas Saber y los carencias de infraestructura
y dotación, y entre educación y salud, con
la inequitativa asignación de recursos para ésta,
por concepto de transferencias y de la UPC que administran
las EPS y los pagos a los hospitales públicos y privados
de Antioquia. En todo caso, cuando el hospital público
está entre la cartera, el limbo jurídico y
la liquidación, la pregunta es: ¿ahora, quién
podrá salvarlo?
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