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¿Colombia
es uno de los países del mundo con mayor desarrollo
en salud en proporción a los recursos destinados para
ello? ¿El creciente gasto en salud en Colombia corresponde
al nivel de salud de su población? ¿El país
tiene un adecuado nivel en salud pública? Estas y muchas
otras preguntas caben perfectamente después de enterarse
que en el año 2000 Colombia ocupaba de los primeros
lugares en el mundo en gasto en salud, con casi 10% del PIB;
después de EU, con alrededor del 13.7%; Alemania con
10.5% y Uruguay con 10% .
Con anterioridad El Pulso ha tratado el tema del impacto que
tiene el gasto del país en la salud de los colombianos.
Y no por referencias, sino porque todos lo hemos sentido,
lo que hoy nos cuesta la salud no tiene precedentes, y muy
pocos, por no decir que ninguno, está satisfecho con
lo que ha obtenido de parte de este sistema tan oneroso y
al que tanto le hemos aportado, hablando exclusivamente de
los actores naturales del sector, claro está.
Con decir que el sistema de seguridad social nuestro está
entre los cuatro más costosos del mundo no está
dicho todo; con seguridad sería peor la posición
si se entrara a evaluar su eficiencia. La masa de dinero que
se le ha puesto es realmente impresionante. Se estima que
sólo el llamado gasto de bolsillo representa más
del 2% del PIB; caben dentro de este rubro el pago directo
que hacen los pacientes, como también el pago por los
seguros y los planes adicionales al Plan Obligatorio de Salud,
POS. Pero también hacen parte de ese gasto los copagos
y las cuotas moderadoras como contribución individual.
Esto es realmente una cantidad importante y muy valiosa, pues
se pone con mucho esfuerzo y aún con privaciones y
con sacrificio inimaginables. Adicional a este importante
monto, como dineros de la salud, están las cotizaciones
al régimen contributivo; los aportes que por las cajas
de compensación familiar se destinan al régimen
subsidiado; los aportes a las Administradoras de Riesgos Profesionales;
el Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito y Transporte,
SOAT; los recursos del Sistema General de Participaciones
originados en los impuestos nacionales, IVA, renta y demás;
los aportes del Presupuesto General de la Nación; las
rentas cedidas a los departamentos y distritos; el impuesto
a los licores y a la cerveza; los aportes de la Empresa Territorial
para la Salud, Etesa; y el Impuesto directo a las armas y
municiones, entre los principales renglones. En total estamos
hablando de una cifra que en el año 2000 superaba los
$15 billones y que hoy fácilmente puede estar por los
alrededores de los 20. Seamos sinceros: esto no está
bien, ni el esfuerzo económico habla bien del sistema.
Es increíble que exista ese espantoso contraste entre
lo gastado y lo obtenido. Claro que las servicios médico
- asistenciales se han encarecido como resultado de los costos
del equipamento y tecnología, de los antibióticos
y en general de los medicamentos de última generación;
también como consecuencia de la profundización
en el conocimiento y de las exigencias en la especificidad
del diagnóstico, pues es evidente que hoy por hoy nadie
se dejaría hacer un diagnóstico y menos un tratamiento
con los recursos y con el conocimiento que se disponía
hace sólo 10 años. Pero todo no está
allí. Los altos costos en proporción a los bajos
resultados, no son consecuencia ni sólo ni principalmente
de esto. También es cierto que en el medio hay ineficiencia,
corrupción, y descuido. Pero a pesar de esto, tampoco
todo está allí. También hay mucho, pero
mucho del resultado de la lucha de la oferta y la demanda,
incluidos los beneficios y excedentes de quienes la propician,
la aprovechan y la operan, del fenómeno del mercado,
nuevo como concepto y como fuente de dinero en el sector,
y de la habilidad el gobierno para retener los aportes que
son y corresponden al sector, es decir a los pacientes.
Sea como fuere, no es la gente de la salud la que se ha quedado
con los réditos de un negocio que mueve semejantes
sumas. Muy por el contrario. Son ellos los que por la necesidad
se han resignado a trabajar por menos, mucho menos, de lo
que se paga en un oficio no calificado. Tampoco son los centros
asistenciales que, con contadas excepciones, todos se han
venido abajo, entre otras razones porque no les llegan pacientes,
o si les llegan, es en condiciones contractuales desventajosas
y muchas veces humillantes, pero que se aceptan para no morir
de inmediato.
Tampoco son los pacientes quienes se han beneficiado de ese
impresionante caudal de dinero. Por el contrario, para ellos
sólo se destina el resultado de una fracción
de lo producido por el capital invertido en forma reverberante
en papeles colocados a mediano y largo plazo en el mercado
financiero, incluso por el propio gobierno, que maneja allí
más de un billón y medio de pesos, y algunos
excedentes de lo invertido en clínicas y en equipos
mejores que los de los médicos. Aclarando que esta
barbaridad la permite y alienta el sistema, hay que admitir
que esto no corresponde, ni mucho menos, a un sano sistema
de salud; esta situación es, hablando en términos
médicos, el equivalente a una exanguino transfusión. |
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