Ahora que todavía se estrena un nuevo año,
con todos los afanes propios de una temporada electoral
sui generis, con una condición histórica particular
en donde se hacen balances y simultáneamente se presentan
propuestas para continuar una gestión, es momento
justo para replantear los pendientes.
Tareas y rendición de cuentas tiene el actual gobierno,
y un resultado que han procurado, de buena fe a no dudarlo,
muchos de los gobiernos del siglo XX y ahora éste
del siglo XXI, fue resolver el estado de crisis sempiterna
en que se debatían los hospitales, el sistema prestador
de servicios de salud más antiguo que opera en el
país. Por tradición, por costumbre, por simple
lógica, salud siempre se ha asimilado con servicio;
y aunque en un principio, en la sociedad occidental europea
incluida la española, los hospitales surgieron como
asilo del desvalido, como lugar de aislamiento de los enfermos
peligrosos, como refugio para reencontrar la salud perdida,
como escenario más de caridad cristiana que de política
sanitaria, y con ese carácter se trasplantaron a
nuestro territorio, nunca han perdido ese carácter
de lugar principal donde se prestan servicios a la salud.
Desde cuando se fundaban por cédulas reales, los
hospitales nuestros siempre han padecido falta de recursos
y de personal adecuado; y a lo largo del siglo XIX y XX,
no faltaron las iniciativas para espantar las amenazas que
siempre rondaban los hospitales; así, el país
vivió la aparición de la seguridad social,
la institucionalización de la medicina científica,
el modelo flexneriano para hospitales con sus aires de modernización
y producción de servicios para la creciente sociedad
urbana e industrial, el Plan Hospitalario Nacional de 1969,
el impacto del Sistema Nacional de Salud y luego del Sistema
General de Seguridad Social en Salud de 1993 sobre la red
prestadora, la aparición de las Empresas Sociales
del Estado, la red prestadora de hoy, los prestadores privados
y la regulación de la oferta de prestadores de servicios
de salud.
Pero todas las iniciativas, pese a los logros, siempre se
quedaron cortas. La frustración acicateó el
estudio de nuevas iniciativas y no han faltado las propuestas;
ahora llega la Política Nacional de Prestación
de Servicios de Salud, que pese a las buenas intenciones,
parece enfilada a ser otra propuesta frustrada; hay quienes
dicen que no tiene ningún ingrediente novedoso, que
sólo articuló algunos temas ya trabajados
con anterioridad en el asunto, que estructura y sostiene
su justificación, pero que al no tener metas ni objetivos
claramente definidos en el tiempo, peca por etérea
y augura quedarse apenas como el librito azul
que viajará por muchos escritorios de directivos
y analistas del sector salud, sin que en la realidad tenga
peso, sustancia ni trascendencia.
Para evitar que eso suceda, que el trabajo intelectual y
la pretensión gubernamental caigan al vacío,
hay que verificar la implementación de la política,
la estructuración de sus metas y objetivos para cada
línea de acción propuesta, y atendiendo al
clamor de los prestadores de servicios de salud, reconformar
mesas de trabajo y discusión, donde los prestadores
presenten las observaciones y sugerencias al tema del cual
depende su futuro y el de todas las personas que acuden
a ellos para recibir un servicio de salud.
Además, que si bien se hable de financiación,
de fuentes de recursos ciertas, de organización,
de modernización, de tecnología, de investigación,
nunca olvidar que los prestadores de servicios de salud
no existirían si a su vez no existieran personas
que necesitan de sus servicios. Por eso, el centro y fundamento
de la Política, necesariamente, irrenunciablemente,
tiene que ser el paciente, el enfermo, ese ser disminuido
que acude a ellos con la esperanza del servicio oportuno
y de calidad que le permita recuperar su calidad de vida,
y a veces, hasta la vida misma.
Que a los prestadores de servicios de salud, instituciones
o profesionales, no se les mida sólo con el rasero
del rendimiento y la rentabilidad económica, porque
si bien ya no pueden tener un carácter de beneficencia,
tampoco pueden dejar de lado que su esencia es lo que los
caracteriza: el servicio, más obligado ética
y moralmente, con los seres más desvalidos, hombres
y mujeres que en cualquier momento necesitan que les atiendan.
Lo demás, es lo demás. Que el sistema responda
con una verdadera política de prestación de
servicios de salud, para garantizar que nunca se nieguen
servicios a quienes los requieren, y que los prestadores
de esos servicios no sólo sobrevivan sino que puedan
crecer y hacer resurgir la actividad que tanto ha enaltecido
y dignificado al sector salud a través de nuestra
historia, como garantía de salud y vida, como soporte
del futuro. En fin, que no sea otro intento frustrado de
solucionar la crisis de los prestadores de servicios de
salud, que el mismo sistema agudizó y profundizó.
Que no sea una mala película, y de colmo, inconclusa.
Basta con hacer un ejercicio: imaginar el país sin
hospitales, sin centros de salud, sin profesionales de salud,
para convencerse de que los prestadores de servicios de
salud son esenciales para que exista sistema de salud, y
más importante aún, para que exista país.
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