Quien no castiga el mal, ordena que se haga,
decía Leonardo Da Vinci, y a fe parece que ello estuviese
sucediendo en nuestro país, puesto que no obstante
las muchas campañas adelantadas afirmando que el
delito no paga, todo parece indicar que éstas
no han tenido el resultado esperado, puesto que la realidad
es bien distinta. Si partimos de la base de que el número
de homicidios disminuyó en el año anterior,
no parece que el resultado hubiere sido el mismo en cuanto
a la comisión de otros delitos.
Todos conocimos el desastre ecológico generado por
personas inescrupulosas que buscando beneficio económico
envenenaron con raticida a un número superior a los
7.000 ejemplares de patos, con el propósito de venderlos
en los mercados públicos. A esto, que además
de ser un grave daño a la ecología y aumentar
las malas noticias que tienen origen en Colombia, y con
el peligro que implica para la salud de la comunidad, hay
que agregarle lo que afirmó la noticia de prensa,
de que serían puestos en libertad los personajes
capturados como indiciados de la comisión de este
acto, por cuanto la pena privativa de la libertad que les
fue aplicada es baja -menor de cuatro años; por ello,
si bien acaba de concluir el proceso penal con una sentencia
condenatoria, todo no pasará de ser una anécdota
para quienes así procedieron.
No es desconocido para el país la grave situación
que se vive en los establecimientos carcelarios, porque
la capacidad de éstos se encuentra copada por personas
a quienes no se les tiene definida su situación jurídica
y donde se carece de programas suficientes para garantizar
la rehabilitación de quienes se encuentran purgando
penas por la comisión de delitos; esta realidad es
uno de los argumentos que sirve de sostén al sistema
penal acusatorio que ha iniciado su vigencia, pero agilizar
el trámite de los procesos no bastará para
garantizar la tranquilidad ciudadana, a menos que estos
procesados sean sancionados acorde con la gravedad de la
falta cometida y que realmente se cumpla con la pena impuesta.
No basta con que estas penas queden en el papel, pues hoy,
aún y cuando se tenga previsto en el ordenamiento
penal una sanción alta, la aplicación de los
descuentos que concede la ley por diferentes razones (estudio,
trabajo, buena conducta, etc.), hacen que la sanción
sea francamente ridícula.
De otro lado, el nuevo sistema no puede limitarse sólo
a funcionarios muy capacitados, dotados de toga y mallete,
con salas de audiencia cómodas y vigiladas. No. Es
necesario que el Estado dote a sus cuerpos de investigación
de los elementos técnicos para que las investigaciones
conduzcan realmente a sancionar al delincuente; será
entonces necesario contar con laboratorios especializados,
medios de transporte, capacitación a la comunidad
y a las personas que en un momento dado tienen que ver con
la recepción y manejo de las pruebas, para que éstas
sean recogidas de manera técnica y efectiva, y que
podamos superar el que sean las instituciones de salud las
que asuman los costos de pruebas como la alcoholemia, o
de las copias que han de aportarse a los procesos, y menos
del pecunio de los investigadores.
Aún recordamos como en el proceso penal se eliminaron
los jurados de conciencia por las amenazas que algunos sufrieron
para predisponer un veredicto, ni olvidamos la supresión
de los careos, o el como debieron institucionalizarse los
jueces sin rostro para fallar con alguna seguridad los procesos
espaciales. ¿Qué será ahora de los
testigos que deben comparecer a las audiencias? ¿Sí
contarán con la adecuada protección como testigos?
¿Sí se conseguirán las pruebas necesarias
y en debida forma para que tengan la validez requerida para
acusar a una persona? En fin: son muchas las preguntas para
un sistema que apenas inicia y que el país requiere,
pues no podemos más con tanta impunidad.