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Reflexión del mes
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La libertad de la
fantasía no es ninguna huida a la irrealidad; es
creación y osadía
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Eugene
Ionesco (1912-1994). Dramaturgo francés de origen rumano.
Uno de los autores teatrales más emblemáticos
del siglo XX, mordaz y de gran sentido del humor; sus obras
reflejan su punto de vista pesimista respecto de la condición
humana, nuestra incapacidad para entendernos y lo ridículo
de la existencia. Principal exponente del teatro del absurdo.
Entre sus obras están: La cantante calva
(1950), La lección (1950), Las sillas
(1952), Amadeo o cómo salir del paso (1953),
El rinoceronte (1959) y El rey se muere
(1962). También escribió textos acerca del teatro,
memorias, y la novela El solitario (1974).
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Mentalidad herodiana
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| Ramón
Córdoba Palacio, MD elpulso@elhospital.org.co |
Desde hace ya varios días
los medios de comunicación informan por la mañana,
mediodía y noche sobre múltiples atentados contra
la vida o la integridad física y psíquica de niños
aún de pocos meses de edad, atentados llevados a cabo
con una crueldad y saña que provoca ira contra sus actores
y repugnancia ante los resultados logrados por su acción,
acción que no merece siquiera el calificativo de bestial
porque ninguna bestia la llevaría a cabo, porque esas
conductas exigen capacidad racional para planearla y una degradación
que sólo la mente humana puede alcanzar.
Y, como es apenas natural, la ira y la repugnancia crecen cuando,
como victimarios, aparecen padrastos, madrastas, tíos,
hermanos, etc., que truecan su papel de guardianes primordiales
por el de crueles verdugos. Más aún, nos causa
asombro, terror, cuando en el tormento o la muerte de estas
víctimas inocentes aparecen como ejecutores el padre
o la madre biológicos, los seres a los cuales la naturaleza
encomienda el cuidado y la defensa de estas criaturas.
Y vaya si son baladíes las razones que manifiestan para
justificar su criminal conducta: lloraba mucho y no dejaba
dormir, yo no tenía plata con que alimentarlo,
o por celos o venganza contra el padre o la madre, etc. Entonces
brota en la mayoría de la sociedad un fuerte sentimiento
de repudio, repudio que encierra la exigencia, expresa o silenciosa,
de hacer justicia ejemplar, como se acostumbra a decir entre
nosotros. Sin embargo, no basta la justicia- que casi nunca
es tan ejemplar ante estos actos degradantes-, no basta rasgarnos
las vestiduras, pues esos actos son la manifestación
de una mentalidad herodiana, de una mentalidad de muerte, de
destrucción ante todo lo que estorbe nuestros anhelos
egoístas, nuestros caprichosos criterios de seguridad
o de bienestar. Así lo hizo Herodes ante la -para él-
amenazante sospecha de que entre los niños de Belén
podía encontrarse el futuro Rey de los judíos.
Nos rasgamos las vestiduras y seríamos tan insensatos
y crueles como esos criminales si no lo hiciéramos. Y
se rasgan las vestiduras y, a veces, con ademán hierático,
influyentes personajes de la vida pública, importantes
representantes de alguna rama del Estado, y proclaman que se
impondrán sanciones drásticas para que no se repitan
estos bochornosos hechos en los cuales adultos con algún
vínculo biológico o legal con esos niños
son sus victimarios.
Pero, ¡oh paradoja! Esos mismos personajes que vociferan
contra tales hechos criminales, tan degradantes y crueles desde
cualquier punto de vista, son los mismos que se suman con falaces
argumentos al coro vocinglero que reclama para las madres biológicas
la libertad de condenar a muerte a su propio hijo aún
en el vientre materno, sin que la destrucción de éste
conlleve ninguna responsabilidad legal ni sanción alguna
para ella ni para los sicarios que eliminan esa vida. ¿Con
qué autoridad moral se piden mayores castigos y cumplida
justicia para quien mata, ya nacido, a su hijo, a su hijastro,
etc., si en el bagaje cultural de esa sociedad se inculca que
la vida del feto depende del bienestar, comodidad, salud o seguridad
de la mujer que, bajo cualquier circunstancia lo llamó
a la existencia, según se desprende de la actitud y las
expresiones verbales de esas autoridades y de otros miembros
de esa misma sociedad, y que, de la vida del hijo aún
no nacido son los padres quienes deciden cuándo alcanza
la calidad de ser humano, persona merecedora de protección
legal?
De nada servirán mayores y más severas medidas
represivas, si los mismos personajes e instituciones que las
exigen y proclaman, en forma ilógica enseñan con
su actitud y en su diario discurso que la vida del débil,
que la vida de quien por su circunstancia biológica merece
humanamente un cuidado más exquisito y una protección
legal de superior calidad, puede eliminarse sin sanción
social ni legal. Si no se propende en primer lugar por este
cuidado y esta protección, sus reprobaciones, por hieráticas
que parezcan, se convierten en un galimatías digno de
lástima, de desprecio, y sus propósitos serán
letra muerta porque ellos mismos difunden esta mentalidad herodiana:
los seres humanos aún no nacidos pueden sacrificarse
a simples caprichos personales.
Sí, infortunadamente para nuestros niños y para
la comunidad en general, para el futuro de nuestra patria, desde
esferas estatales jurídicas, educativas, sanitarias,
legislativas- se difunde con éxito la mentalidad herodiana
de que es permitido eliminar todo lo que se oponga o pueda oponerse
al personal criterio de tranquilidad en la vida, todo lo que
mengüe el anhelo egoísta de bienestar, todo lo que
exija solidaridad y sacrificio por leve y pequeño que
éste sea, la justicia claudicará irremisiblemente,
y sus postulados fallarán por su base al crecer de coherencia
y lógicas meridianas.
Eutanasia, aborto: trasuntos de la mentalidad herodiana de una
sociedad, de un Estado . |
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Bioética
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¿Acto médico,
o trámite burocrático?
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Carlos
Alberto Gómez Fajardo, MD elpulso@elhospital.org.co
Es lugar común la queja de pacientes y de médicos
ante las circunstancias en las cuales se da la consulta institucional,
en especial, en casos de enfermos de escasos recursos y de
personal médico y de enfermería sometido a exceso
de trabajo o a carencias de medios tecnológicos, logísticos
y administrativos propios para llevar a cabo dignamente su
labor.
Los procesos burocráticos son crecientes: papelería,
llenar formularios, cumplir con trámites de facturación,
responder llamadas que atañen a problemas logísticos
imposibles de solucionar, son tareas dejadas a cargo del médico
y del personal de enfermería. A veces es sorprendente
observar cuál es el tiempo consumido en llenar diversos
papeles y en preguntar y anotar repetidamente datos como números
de identificación, dirección y teléfonos,
y otros documentos exigidos por los procesos establecidos.
Las anotaciones llegan al extremo absurdo de tener que repetir
decenas de veces complicadas formas para la aplicación
de una medicación básica de uso amplio en servicios
de urgencias o consulta externa.
Los actos progresivamente deshumanizados afectan los niveles
de relación y motivación personal de ambos,
paciente y miembros del equipo de profesionales de la salud,
pues son propios de un encuentro anónimo ante un mostrador
de compra-venta de solicitudes y servicios.
La célebre autora suizo-americana Elizabeth Kübler-Ross,
escribió las observaciones clínicas sobre las
fases por las cuales con frecuencia se atraviesa en el trance
de la pérdida de un ser querido: rabia, negación,
regateo, depresión y aceptación. Ella misma
relata que protagonizó un duro proceso de enfermedad
neurológica, con prolongadas sesiones de rehabilitación.
Se enteró, por parte de su fisioterapeuta, de la imposibilidad
de continuar el tratamiento debido a que la compañía
aseguradora había dejado de reconocerle los honorarios
profesionales. Merece la pena transcribir un par de párrafos
suyos: ¿Es ésta la asistencia médica
moderna? ¿Decisiones tomadas por una persona sentada
en una oficina y que no ve jamás a sus pacientes? ¿Es
que el papeleo sustituyó el interés por las
personas?. Más adelante escribe: La medicina
actual es compleja y la investigación es cara, pero
los directores de las grandes compañías de seguros
y de la OMS (Organización Mundial de la Salud) ganan
millones de dólares al año, mientras los enfermos
de sida no pueden costearse los medicamentos que les prolongan
la vida; a los enfermos de cáncer se les niegan tratamientos
porque son 'experimentales'; se están cerrando salas
de urgencia. ¿Por qué se tolera esto? ¿Cómo
es posible que se le niegue a alguien la esperanza? ¿O
la atención médica?.
Estas son palabras escritas en los años 90 en medio
del sistema masivo de atención médica de una
de las potencias económicas de mundo. ¿Qué
puede decirse al respecto en el nuestro, cuando aún
es pan de cada día el hecho cierto de que las condiciones
globales de desarrollo social y cultural están muy
lejos de los ideales? Seguimos por lo pronto, empeñados
en la copia de legislaciones de los modelos utilitaristas
y comerciales de sociedades con alto poder adquisitivo y con
entornos sociológicos e históricos muy diferentes.
Vivimos estos escenarios: lentos procesos de verificación
de derechos del paciente ante la EPS en la atención
de emergencias; llamadas telefónicas de personajes
encargados de centros de direccionamiento que
presentan situaciones más o menos complejas a agobiados
médicos de urgencias a quienes conminan a tomar decisiones
telefónicas sobre casos que desconocen; manipulación
comercial que obliga a los pagadores a verificar la pertinencia
o no de los procedimientos propuestos por el profesional tratante,
en una dinámica de desconfianza en las relaciones mutuas,
no sólo médico-paciente, sino de la compañía
aseguradora, que se comporta como una agencia bancaria. Aquella
parte de la premisa de la desconfianza, dolorosamente confirmada
en tantas ocasiones como resultado del interés pecuniario
del médico tratante, convertido en aséptico
dispensador de una determinada técnica diagnóstica
o terapéutica, la cual se motiva ante el volumen de
casos facturados como imperativo.
En similar dirección se puede ver la firma de formularios
de consentimiento informado para toda clase de
procedimientos, que más parecen ser un enunciado tácito
de la siguiente frase: para que usted no me demande;
o el uso de medicamentos y procedimientos basados sólo
en lo que los funcionarios administradores permitan inflexiblemente
que esté disponible. Se puede sumar el significado
de los trámites y procesos de aprobaciones y desaprobaciones
inspirados en el hecho de la selección adversa, tan
conocido en diversos campos de la atención.
La reducción de la persona a la condición de
'usuario-cliente' corresponde a algo que va más allá
del contenido terminológico. En realidad, es una de
las rudas maneras como se encarna la visión utilitarista-materialista
de quienes imponen las normas para el ejercicio médico
según el irracional seguimiento de los dogmas de Adam
Smith, como si todo dependiese de aquella mano oscura
que regula el imperio del mercantilismo.
Una de las muchas amenazas que operan hoy sobre el hombre
es la de reducirlo ideológicamente a la condición
de homo económicus, magnificando el anónimo
poder de decisión concentrado en mentalidades burocráticas
que han sido cuadriculadas en la visión del análisis
costo-eficiencia y en entender el fenómeno salud-enfermedad
en términos monetarios. Hay un agobiante tipo de imposición
ideológica materialista que niega autoritariamente
el sentido auténtico de la solidaridad y la justicia.
La renuncia al cabal afrontamiento de la realidad personal
y humana de médicos, personal de la salud y enfermos,
conduce a la aniquilación del acto terapéutico.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética -Cecolbe-.
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