MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 7    NO 89  FEBRERO DEL AÑO 2006    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

 

Reflexión del mes

“La libertad de la fantasía no es ninguna huida a la irrealidad; es creación y osadía”

Eugene Ionesco (1912-1994). Dramaturgo francés de origen rumano. Uno de los autores teatrales más emblemáticos del siglo XX, mordaz y de gran sentido del humor; sus obras reflejan su punto de vista pesimista respecto de la condición humana, nuestra incapacidad para entendernos y lo ridículo de la existencia. Principal exponente del teatro del absurdo. Entre sus obras están: “La cantante calva” (1950), “La lección” (1950), “Las sillas” (1952), “Amadeo o cómo salir del paso” (1953), “El rinoceronte” (1959) y “El rey se muere” (1962). También escribió textos acerca del teatro, memorias, y la novela “El solitario” (1974).

Mentalidad herodiana
Ramón Córdoba Palacio, MD elpulso@elhospital.org.co
Desde hace ya varios días los medios de comunicación informan por la mañana, mediodía y noche sobre múltiples atentados contra la vida o la integridad física y psíquica de niños aún de pocos meses de edad, atentados llevados a cabo con una crueldad y saña que provoca ira contra sus actores y repugnancia ante los resultados logrados por su acción, acción que no merece siquiera el calificativo de bestial porque ninguna bestia la llevaría a cabo, porque esas conductas exigen capacidad racional para planearla y una degradación que sólo la mente humana puede alcanzar.
Y, como es apenas natural, la ira y la repugnancia crecen cuando, como victimarios, aparecen padrastos, madrastas, tíos, hermanos, etc., que truecan su papel de guardianes primordiales por el de crueles verdugos. Más aún, nos causa asombro, terror, cuando en el tormento o la muerte de estas víctimas inocentes aparecen como ejecutores el padre o la madre biológicos, los seres a los cuales la naturaleza encomienda el cuidado y la defensa de estas criaturas.
Y vaya si son baladíes las razones que manifiestan para justificar su criminal conducta: “lloraba mucho y no dejaba dormir”, “yo no tenía plata con que alimentarlo”, o por celos o venganza contra el padre o la madre, etc. Entonces brota en la mayoría de la sociedad un fuerte sentimiento de repudio, repudio que encierra la exigencia, expresa o silenciosa, de hacer justicia ejemplar, como se acostumbra a decir entre nosotros. Sin embargo, no basta la justicia- que casi nunca es tan ejemplar ante estos actos degradantes-, no basta rasgarnos las vestiduras, pues esos actos son la manifestación de una mentalidad herodiana, de una mentalidad de muerte, de destrucción ante todo lo que estorbe nuestros anhelos egoístas, nuestros caprichosos criterios de seguridad o de bienestar. Así lo hizo Herodes ante la -para él- amenazante sospecha de que entre los niños de Belén podía encontrarse el futuro Rey de los judíos.
Nos rasgamos las vestiduras y seríamos tan insensatos y crueles como esos criminales si no lo hiciéramos. Y se rasgan las vestiduras y, a veces, con ademán hierático, influyentes personajes de la vida pública, importantes representantes de alguna rama del Estado, y proclaman que se impondrán sanciones drásticas para que no se repitan estos bochornosos hechos en los cuales adultos con algún vínculo biológico o legal con esos niños son sus victimarios.
Pero, ¡oh paradoja! Esos mismos personajes que vociferan contra tales hechos criminales, tan degradantes y crueles desde cualquier punto de vista, son los mismos que se suman con falaces argumentos al coro vocinglero que reclama para las madres biológicas la libertad de condenar a muerte a su propio hijo aún en el vientre materno, sin que la destrucción de éste conlleve ninguna responsabilidad legal ni sanción alguna para ella ni para los sicarios que eliminan esa vida. ¿Con qué autoridad moral se piden mayores castigos y cumplida justicia para quien mata, ya nacido, a su hijo, a su hijastro, etc., si en el bagaje cultural de esa sociedad se inculca que la vida del feto depende del bienestar, comodidad, salud o seguridad de la mujer que, bajo cualquier circunstancia lo llamó a la existencia, según se desprende de la actitud y las expresiones verbales de esas autoridades y de otros miembros de esa misma sociedad, y que, de la vida del hijo aún no nacido son los padres quienes deciden cuándo alcanza la calidad de ser humano, persona merecedora de protección legal?
De nada servirán mayores y más severas medidas represivas, si los mismos personajes e instituciones que las exigen y proclaman, en forma ilógica enseñan con su actitud y en su diario discurso que la vida del débil, que la vida de quien por su circunstancia biológica merece humanamente un cuidado más exquisito y una protección legal de superior calidad, puede eliminarse sin sanción social ni legal. Si no se propende en primer lugar por este cuidado y esta protección, sus reprobaciones, por hieráticas que parezcan, se convierten en un galimatías digno de lástima, de desprecio, y sus propósitos serán letra muerta porque ellos mismos difunden esta mentalidad herodiana: los seres humanos aún no nacidos pueden sacrificarse a simples caprichos personales.
Sí, infortunadamente para nuestros niños y para la comunidad en general, para el futuro de nuestra patria, desde esferas estatales jurídicas, educativas, sanitarias, legislativas- se difunde con éxito la mentalidad herodiana de que es permitido eliminar todo lo que se oponga o pueda oponerse al personal criterio de tranquilidad en la vida, todo lo que mengüe el anhelo egoísta de bienestar, todo lo que exija solidaridad y sacrificio por leve y pequeño que éste sea, la justicia claudicará irremisiblemente, y sus postulados fallarán por su base al crecer de coherencia y lógicas meridianas.
Eutanasia, aborto: trasuntos de la mentalidad herodiana de una sociedad, de un Estado .
 
Bioética
¿Acto médico, o trámite burocrático?

Carlos Alberto Gómez Fajardo, MD elpulso@elhospital.org.co

Es lugar común la queja de pacientes y de médicos ante las circunstancias en las cuales se da la consulta institucional, en especial, en casos de enfermos de escasos recursos y de personal médico y de enfermería sometido a exceso de trabajo o a carencias de medios tecnológicos, logísticos y administrativos propios para llevar a cabo dignamente su labor.
Los procesos burocráticos son crecientes: papelería, llenar formularios, cumplir con trámites de facturación, responder llamadas que atañen a problemas logísticos imposibles de solucionar, son tareas dejadas a cargo del médico y del personal de enfermería. A veces es sorprendente observar cuál es el tiempo consumido en llenar diversos papeles y en preguntar y anotar repetidamente datos como números de identificación, dirección y teléfonos, y otros documentos exigidos por los procesos establecidos. Las anotaciones llegan al extremo absurdo de tener que repetir decenas de veces complicadas formas para la aplicación de una medicación básica de uso amplio en servicios de urgencias o consulta externa.
Los actos progresivamente deshumanizados afectan los niveles de relación y motivación personal de ambos, paciente y miembros del equipo de profesionales de la salud, pues son propios de un encuentro anónimo ante un mostrador de compra-venta de solicitudes y servicios.
La célebre autora suizo-americana Elizabeth Kübler-Ross, escribió las observaciones clínicas sobre las fases por las cuales con frecuencia se atraviesa en el trance de la pérdida de un ser querido: rabia, negación, regateo, depresión y aceptación. Ella misma relata que protagonizó un duro proceso de enfermedad neurológica, con prolongadas sesiones de rehabilitación. Se enteró, por parte de su fisioterapeuta, de la imposibilidad de continuar el tratamiento debido a que la compañía aseguradora había dejado de reconocerle los honorarios profesionales. Merece la pena transcribir un par de párrafos suyos: “¿Es ésta la asistencia médica moderna? ¿Decisiones tomadas por una persona sentada en una oficina y que no ve jamás a sus pacientes? ¿Es que el papeleo sustituyó el interés por las personas?”. Más adelante escribe: “La medicina actual es compleja y la investigación es cara, pero los directores de las grandes compañías de seguros y de la OMS (Organización Mundial de la Salud) ganan millones de dólares al año, mientras los enfermos de sida no pueden costearse los medicamentos que les prolongan la vida; a los enfermos de cáncer se les niegan tratamientos porque son 'experimentales'; se están cerrando salas de urgencia. ¿Por qué se tolera esto? ¿Cómo es posible que se le niegue a alguien la esperanza? ¿O la atención médica?”.
Estas son palabras escritas en los años 90 en medio del sistema masivo de atención médica de una de las potencias económicas de mundo. ¿Qué puede decirse al respecto en el nuestro, cuando aún es pan de cada día el hecho cierto de que las condiciones globales de desarrollo social y cultural están muy lejos de los ideales? Seguimos por lo pronto, empeñados en la copia de legislaciones de los modelos utilitaristas y comerciales de sociedades con alto poder adquisitivo y con entornos sociológicos e históricos muy diferentes.
Vivimos estos “escenarios”: lentos procesos de verificación de “derechos” del paciente ante la EPS en la atención de emergencias; llamadas telefónicas de personajes encargados de “centros de direccionamiento” que presentan situaciones más o menos complejas a agobiados médicos de urgencias a quienes conminan a tomar decisiones telefónicas sobre casos que desconocen; manipulación comercial que obliga a los pagadores a verificar la pertinencia o no de los procedimientos propuestos por el profesional tratante, en una dinámica de desconfianza en las relaciones mutuas, no sólo médico-paciente, sino de la compañía aseguradora, que se comporta como una agencia bancaria. Aquella parte de la premisa de la desconfianza, dolorosamente confirmada en tantas ocasiones como resultado del interés pecuniario del médico tratante, convertido en aséptico dispensador de una determinada técnica diagnóstica o terapéutica, la cual se motiva ante el volumen de casos facturados como imperativo.
En similar dirección se puede ver la firma de formularios de “consentimiento informado” para toda clase de procedimientos, que más parecen ser un enunciado tácito de la siguiente frase: “para que usted no me demande”; o el uso de medicamentos y procedimientos basados sólo en lo que los funcionarios administradores permitan inflexiblemente que esté disponible. Se puede sumar el significado de los trámites y procesos de aprobaciones y desaprobaciones inspirados en el hecho de la selección adversa, tan conocido en diversos campos de la atención.
La reducción de la persona a la condición de 'usuario-cliente' corresponde a algo que va más allá del contenido terminológico. En realidad, es una de las rudas maneras como se encarna la visión utilitarista-materialista de quienes imponen las normas para el ejercicio médico según el irracional seguimiento de los dogmas de Adam Smith, como si todo dependiese de aquella “mano oscura” que regula el imperio del mercantilismo.
Una de las muchas amenazas que operan hoy sobre el hombre es la de reducirlo ideológicamente a la condición de “homo económicus”, magnificando el anónimo poder de decisión concentrado en mentalidades burocráticas que han sido cuadriculadas en la visión del análisis costo-eficiencia y en entender el fenómeno salud-enfermedad en términos monetarios. Hay un agobiante tipo de imposición ideológica materialista que niega autoritariamente el sentido auténtico de la solidaridad y la justicia. La renuncia al cabal afrontamiento de la realidad personal y humana de médicos, personal de la salud y enfermos, conduce a la aniquilación del acto terapéutico.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

 











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