MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 8    NO 98   NOVIEMBRE DEL AÑO 2006    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Para dónde
deberíamos ir en salud

Conrado Gómez Vélez - Especialista en salud pública y evaluación de proyectos. Magíster en Ciencias Políticas. elpulso@elhospital.org.co
Hace varios años que un segmento amplio del sector académico viene insistiendo en el debilitamiento de la salud pública. No obstante, los funcionarios del gobierno siempre han descartado esta idea, mostrando que los recursos para el PAB (Plan de Atención Básica) y para promoción de la salud se han incrementado y que el aseguramiento es cada vez más amplio. El nivel de contradicción es tal, que unos y otros salen con las mismas gráficas y datos para apoyar o refutar sus tesis. Esta controversia, que ha tenido muchos episodios, llegó a su clímax en el reciente foro “Así vamos en Salud”, que concluyó en tres páginas de El Tiempo dominical.
En el encuentro citado, los expertos tuvieron el cuidado de utilizar sólo datos del Ministerio para decirle, en resumen, que estamos cerca de 9 puntos de gasto del PIB (Producto Interno Bruto), pero que los resultados en salud no se ven en proporciones iguales. La mortalidad materna e infantil alcanzan niveles inaceptables y la cobertura de vacunación muestra un comportamiento estacionario. Luego, si se ha han duplicado los recursos en salud, ¿por qué no se aprecian iguales efectos benéficos en estos indicadores? ¿En qué balance de resultados se expresan estos $8 billones adicionales?

La respuesta que muchos ofrecen a este interrogante no se hace esperar: en la construcción de clínicas por todo el país y lógicamente en los balances de ingresos y gastos de varias empresas entre las 100 más grandes del país, a 10 ó 12 años de creadas. El Ministerio por su parte, explica la situación corrigiendo algunas de las cifras y haciendo énfasis en los cambios de las metodologías. También insiste en una cobertura cercana al 80% en aseguramiento y en un mejor nivel de vacunación que en gobiernos anteriores; del mismo modo, explica que el asunto de salud pública es de voluntad política y decisión, y que en ese sentido se están tomando los correctivos necesarios.
¿Qué es salud pública?
La discusión tiene como telón de fondo la falta de una definición o compresión única de qué es “salud pública” y la carencia de información consistente. Me referiré al primer aspecto.
La primera conclusión que uno puede sacar de este contrapunteo es que los funcionarios del Ministerio y los diferentes académicos no entienden las mismas cosas como finalidades públicas de salud. Sus prioridades son distintas y quizá sus visiones del país sean divergentes. Las metodologías de análisis también difieren, aunque en eso me parece que se han sobrepasado las cosas, presumiendo asociaciones causales de estudios que sólo son descriptivos. Nada cuadra: ni las metas, ni los indicadores, ni las técnicas de medición. Tal es la distancia, que los patrocinadores de ese foro debían pensar en organizar otro, pero bajo el título “Para donde debíamos ir en salud”.

La discusión tiene como telón de fondo la falta de una definición o compresión única de qué es “salud pública” y la carencia de información consistente.
Las discusiones se deben a que no hay una visión única de aquello que debe ser público o privado, a cuales son las responsabilidades del Estado y del gobierno como expresión suya. No tenemos una definición única de la salud como bien público, que sea técnica y a la vez aceptada. Cada gremio y actor tiene su versión.
La controversia también incluye a los salubristas. Viene haciendo carrera el cuento de que son demasiado teóricos y ni siquiera están de acuerdo en una definición de salud pública. En síntesis: que no saben de que hablan. En sentido contrario, algunos estudiosos y académicos preocupados por la salud pública, afirman que la reforma está orientada a fortalecer un negocio, al que no le caben las prioridades públicas. Más rápido que todos, el Ministerio de Hacienda ya sacó su definición de salud pública que le gusta mucho, y así la hizo saber en la Ley 715 de 2001. En dicha ley, la Salud Pública consiste en unas acciones y servicios muy precisos que les compete a las entidades territoriales y la Nación. Es una definición que hace furor en Hacienda por corta, por operativa, porque garantiza el equilibrio fiscal y circunscribe la responsabilidad del Estado a la prestación del Plan Obligatorio de Salud (POS) y el PAB, sin meterse en el problema de otros determinantes de la salud. Sin embargo, es también una definición que no apunta a resultados. Este abordaje resultó tan flaco, que unos congresistas no se demoraron en decir que si la Salud Pública es de los municipios, ¿por qué esa plata la tenían las ARS? Y acto seguido, le quitaron los contenidos de promoción de la salud al POS subsidiado.
Es muy difícil hablar de salud y “pública”, sin tener en cuenta que Colombia dedica enormes recursos a garantizar un plan amplio de servicios. Ese flujo enorme de dinero está dedicado a obligaciones públicas que se desprenden de la Constitución y se desarrollan en la Ley. Deben por tanto garantizar resultados en salud que no pueden expresarse sólo en una cobertura de aseguramiento.
También existe la versión de que la salud pública ya no existe. Que fue una rpoximación teórica muy útil durante las épocas de la guerra fría, impulsada y afianzada en Latinoamérica a partir de la reunión en Punta del Este; que la salud pública ya tuvo su auge, pero que ahora se habla es de aseguramiento o de protección social; que salud pública es lo mismo que aseguramiento o protección social. Para otros: la salud pública tuvo una muerte incompleta, equivale a las acciones colectivas de altas externalidades, se asemeja mucho a promoción y prevención o es el Plan de Atención Básica PAB-. Yo diría que ésta última definición es la más aceptada en nuestro país.
¿Salud pública a cargo de quién?
También existen versiones radicales, según las cuales el Estado debe desaparecer: es ineficiente y ha de llevarse a su mínima expresión. El único papel que le cabe es la garantía de los bienes llamados públicos, en los términos que definen las escuelas económicas mercantilistas. En esta perspectiva, la protección social no está a cargo del Estado sino del sector privado. Que la protección social esté a cargo del sector productivo es algo que merece mucha atención, porque se introduce la fatalidad del mercado. El mercado decide según sus balances los precios y la asignación de recursos: sólo el crecimiento económico forjado en los mercados, las competencia y la innovación, ofrece un futuro próspero y cierto. Hay que esperar porque el mercado es misterioso, se equilibra sólo; perturbarlo es algo indebido. Este es quien paga impuestos y también será el que ofrezca a las familias capacidad de pago para cubrir sus necesidades. Se espera que el sector productivo sea el que garantice los bienes públicos, cosa que tiene mucho de real pero también de ilusión. Digo que es una fatalidad porque todo queda en esperar al mercado y suponer que el Estado debe apoyar a los más ricos y los empresarios, para que éstos apoyen a los pobres, porque el que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija. ¿Para qué Ministerio de Salud, para qué Instituto Nacional de Salud o para qué Invima? ¿Para qué programas de salud si el empleo vendrá con la productividad y el crecimiento? Todo se resuelve con el crecimiento del PIB, que se convierte en la fuente de la protección social, y el objeto reverenciado. Desaparece la decisión de la sociedad y el Estado, para que operen las decisiones del mercado nacional y global.
Aunque no logremos un acuerdo en qué es salud pública, el país debe tener claras sus prioridades públicas en materia de salud.

Lograr en este concierto una definición de salud pública aceptada y adoptada mediante una política pública es algo muy difícil, tanto que en varias oportunidades se ha intentado definirla sin éxito. El problema no es técnico sino político. No es que los salubristas no sepan definir, ni partir de definiciones. Sólo que una definición de libro o de tablero con los estudiantes es muy diferente de una definición de política pública, formada y adoptada legalmente con todas sus consecuencias.
Sin embargo, aunque no logremos un acuerdo sobre la definición de salud pública, el país sí debe tener claras sus prioridades públicas en materia de salud. Deben medirse escrupulosamente con metodologías adecuadamente estandarizadas. Las prioridades públicas o de la salud que es pública, deben cubrir todo el sistema de salud. Cuando se excluye de la esfera de lo público el aseguramiento, por ejemplo, no sólo se hace algo indebido y anti-técnico: también se restringe lo público al PAB, a promoción de la salud o a las actividades colectivas y así se comete un gravísimo error. El sistema de seguridad social colombiano es público, se financia con recursos públicos, se presta con planes definidos reglamentariamente, la afiliación es pública. Son también públicos y garantizados por el Estado los servicios individuales del POS como los del PAB. De manera que es muy difícil hablar de salud y “pública”, sin tener en cuenta que Colombia dedica enormes recursos a garantizar un plan amplio de servicios e intervenciones. Ese flujo enorme de dinero está dedicado a obligaciones públicas que se desprenden de la Constitución y se desarrollan en la Ley. Deben por lo tanto garantizar resultados en salud que no pueden expresarse únicamente en una cobertura de aseguramiento. El país no puede simplemente entregar los recursos de la salud a EPS, ARS o entidades territoriales, dando por sentado que hasta allí llega su obligación. El Estado, y en este caso el gobierno, está obligado a verificar y asegurar si el proceso completo cumple una finalidad publica, claramente establecida, que no desaparece en el terreno ni del régimen contributivo ni del subsidiado. Una vez que logremos estas metas estaremos más cerca de tener un mejor sistema de salud y de sentarnos, ahí sí, a evaluar técnica y justamente lo que estamos haciendo.

 
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