MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 276 SEPTIEMBRE DEL AÑO 2021 ISNN 0124-4388 elpulso@sanvicentefundacion.com icono facebook icono twitter

Colombia aún no calcula la carga de la enfermedad por COVID prolongado

Por: Redacción EL PULSO
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Mariana E tuvo COVID-19 en diciembre de 2020 cuando viajó luego de pasar una temporada con su madre en Medellín, a su regreso a Bogotá desarrolló síntomas gripales y luego, por diez días, sintió morir: dolor de cabeza y articulaciones, fiebre, desaliento y estuvo sin percibir sabores ni olores, no era capaz de sostenerse en pie y necesitaba ayuda incluso para ir al baño.

Más tarde todo parecía estar bien y logró reincorporarse en sus labores. Un mes después le costaba hasta pararse de la cama, no quería ni trabajar, ni estudiar, ni vivir.

“Luego de que mi familia insistiera fui al psicólogo y me dijo que ha visto muchos casos como el mío. Al parecer la fatiga crónica es una secuela del coronavirus, o como mucha gente le llama COVID prolongado”, contó Mariana E.

Reino Unido, uno de los países que más seguimiento le ha hecho al avance del COVID-19, logró a través de su aplicación Covid Symptom Study llegar a algunas aproximaciones: 1 de cada 10 usuarios de la aplicación, utilizada por más de 4,3 millones de personas, informó que los síntomas persistieron durante más de tres semanas después de la enfermedad. Unas 60.000 reportaron síntomas que duraron más de tres meses.

Y cuando la Asociación Médica Británica preguntó a 5.650 médicos sobre su experiencia, casi 30 % de los que habían tenido COVID quedaron con fatiga física y dificultad para respirar; 18 % describió algún tipo de deterioro cognitivo. Alrededor de una quinta parte había presentado licencia por enfermedad para hacer frente a los síntomas.<

De acuerdo con los Centros de Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, aunque la mayoría de las personas con COVID-19 mejora al cabo de unas semanas, algunas otras experimentan afecciones posteriores, que son una amplia gama de problemas de salud nuevos, recurrentes o en curso que se pueden experimentar cuatro semanas o más después de haberse infectado por primera vez por el coronavirus. Incluso personas que no tuvieron síntomas de COVID-19 en los días o semanas posteriores a haberse infectado pueden experimentar afecciones.

“Los CDC siguen trabajando para identificar qué tan comunes son las afecciones posteriores al COVID-19, quiénes tienen probabilidad de padecerlas, y por qué algunos síntomas desaparecen con el tiempo en algunas personas y pueden durar más en otras. Hay estudios en curso y otros que durarán varios años para investigar en mayor profundidad estas afecciones. Estos estudios ayudarán a comprender mejor las afecciones posteriores al COVID-19 y entender cómo tratar a los pacientes con efectos a largo plazo”, se lee en el sitio web de los CDC.

El psiquiatra Milton Murillo, quien además es docente universitario, reseñó un metanálisis publicado en medRxiv, que tuvo en cuenta 47.910 estudios que se han realizado en el mundo sobre este fenómeno y detalló que en una lista de 55 síntomas, los cinco más comunes fueron fatiga (58 %), cefalea (44 %), déficit de atención (27 %), problemas de salud mental (26 %), pérdida del cabello (25 %) y dificultad para respirar (24 %).

Y entre los síntomas que afectan directamente la salud mental están: pérdida de memoria (16 %), ansiedad (13 %), depresión (12 %), trastornos del sueño (11 %), otras alteraciones mentales (13 %), TOC (2 %), estrés postraumático (1 %) y paranoia (0,3 %).

“A eso hay que sumarle que todos los demás síntomas descritos, además del proceso agudo y el impacto socioeconómico, mueven mecanismos de adaptación y estrés agudo que afectan la salud mental”, dijo Murillo.

Frente a la magnitud de la situación, Murillo está seguro de que nuestro sistema de salud no está preparado para atender los retos que llegarán en la pospandemia. Y eso que solo ha hecho énfasis en lo que atañe a la salud mental.

“No se hizo lo suficiente, prácticamente nada, para fortalecer los determinantes sociales de la salud mental en la pandemia. Ahora, con algo de pesimismo, espero que se destinen recursos y planes para robustecer su atención en nuestro país. De no ser así, seguiremos siendo ese país psicopatológico que hemos sido durante tantos años, con el agravante ahora de una carga de enfermedad y secuelas inmanejables y costosas en muchos sentidos”, agregó.

La carga de la enfermedad

Y es que esa carga de la enfermedad por coronavirus apenas empieza a calcularse en el mundo, ya que es un virus nuevo del que poco se sabe y habrá que esperar seguramente años para establecer sus efectos prolongados, cómo se desarrollan y qué tanto tiempo duran.

Por ejemplo, un estudio de 2004 en Estados Unidos que utilizó un análisis del costo de la enfermedad para estimar el impacto del síndrome de fatiga crónica (que tiene síntomas similares a los del COVID prolongado) concluyó que probablemente condujo a una disminución de 37 % en la productividad familiar anual y una reducción de 54 % en la productividad de la fuerza laboral entre los enfermos, con un valor total de pérdida anual de 9.100 millones de dólares al año.

Además de la fatiga crónica, los CDC agregaron otra lista de síntomas que se presentaron varios meses después del contagio de coronavirus, entre ellos dificultad para respirar o falta de aire (que empeora con la actividad física), dificultad para pensar o concentrarse (a veces denominada “neblina mental”), tos, dolor en el pecho o en el estómago, disnea, palpitaciones, dolor muscular o en las articulaciones, sensación de hormigueo, diarrea, problemas para dormir, fiebre, mareos (vértigo) al ponerse de pie, sarpullido, cambios en el estado de ánimo, alteraciones del gusto o el olfato y cambios en el ciclo menstrual.

Así mismo, algunas personas que se enfermaron gravemente a causa del COVID-19 experimentan efectos multiorgánicos o afecciones autoinmunes durante más tiempo, con síntomas que duran semanas o meses después de haber tenido el virus. Los efectos multiorgánicos pueden afectar a la mayoría, sino a todos, los sistemas del cuerpo, incluidas las funciones del corazón, los pulmones, los riñones, la piel y el cerebro.

Con todo esto, atender una enfermedad como esta, que deja tantas secuelas y en tan diferentes áreas, es muy complejo y para nuestro sistema de salud podría decirse que incierto. Además, la forma en que aumenten los costos del COVID prolongado dependerá de varias cosas, incluida la prevalencia, la duración de los síntomas y el grado de incapacidad.

De hecho, el Instituto Nacional de Salud publicó en octubre del año pasado un estudio en el que trata de calcular la carga de la enfermedad por COVID. Allí explica que el cálculo se hace basado en los Años de Vida Saludables Perdidos (AVISA). Este indicador sintético suma los años de vida potencialmente perdidos (AVPP) y los años de vida vividos con discapacidad (AVD) por una enfermedad, lesión o factor de riesgo.

“La ventaja de utilizar esta medida es la posibilidad de resumir en un único indicador el conjunto de datos epidemiológicos de una enfermedad (mortalidad, prevalencia, discapacidad, gravedad). Además, permite comparar entre poblaciones las pérdidas de salud que representa la mortalidad prematura y la discapacidad asociada a una enfermedad y conocer su evolución en el tiempo”, se lee en el documento.

Estos resultados pueden servir en la definición de prioridades en salud o incluso en la evaluación de intervenciones sanitarias.

Los hallazgos fueron preocupantes, según las proyecciones hasta el 31 de diciembre en Colombia se habrían perdido 12 años de vida saludables por cada 1.000 habitantes. Al comparar la carga de enfermedad a nivel departamental, la tasa de AVISA por cada 1.000 habitantes fue más alta en Amazonas, Atlántico, Caquetá, Córdoba y Norte de Santander en ambas estimaciones y menor carga Arauca, Casanare, Quindío y Vichada.

Esto sin contar con el peso que tiene la atención para el sistema de salud. Atender a los 113 primeros pacientes que fueron hospitalizados en el régimen subsidiado representó costos directos médicos totales al sistema de salud de $1.000 millones. De estos, la mayor proporción (69,5 %) se debieron a la estancia hospitalaria, seguido por los medicamentos (14,8 %) y las actividades de apoyo diagnóstico (10,5 %). La mediana del costo de atender a un paciente hospitalizado por COVID-19 fue de $6.587.022.

En ese mismo estudio el INS detalló que solo hasta la primera semana de octubre de 2020, cuando habían fallecido 27.180, en Colombia se habían perdido 76.525 años productivos de vida.

Eso sin tener en cuenta a los pacientes con COVID prolongado que aún hoy, luego de muchos meses, viven con las secuelas de la enfermedad, como Mariana E que no ha logrado volver a ser ella misma desde enero.


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