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La Pascua es una de las principales fiestas del judeo cristianismo. Desde tiempos inmemoriales se celebra el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad. Es la Pascua, sobre todo, una representación simbólica y a la vez, conmemorativa del paso de Dios por la creación y por la vida de las personas.
Uno de los componentes más valiosos de esta experiencia es la revelación del nombre del divino, el cual se da a través de un profeta: en el caso del éxodo, Dios comunica su nombre a Moisés, con el sagrado tetragrama “YHVH”, que se puede traducir como “Yo soy” o “Yo estoy”.
Posteriormente, el cristianismo lo usó en Jesús de una forma especial. El evangelio de Juan identifica el sagrado nombre sobre la persona del Mesías: “Yo soy el pan vivo”, “Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy el pastor”, “Yo soy la vida”, “Yo soy la resurrección y la vida”, etc.
Desde un punto de vista arquetípico, filosófico y existencialista, la palabra o el nombre “Yo soy” evoca la existencia misma y, de una forma especial en la filosofía del mundo griego, la existencia del ser, en donde solo vive “el uno” y el resto de las cosas consisten en él.
Desde el pragmatismo, “Yo soy” también puede traducirse como el “Yo estoy presente”, “Yo camino con ustedes”, “Yo voy en tu historia”.
Entonces el nombre divino podría interpretarse como presencia, es por eso que en los versículos de la pasión de Juan, en el capítulo 18 y 19, existe el paralelo entre el nombre divino usado sobre Jesús como presencia y las negaciones de Pedro, representadas como “No soy” o “No lo soy”, como ausencia.
La invitación que nos hacen estos textos es a vivir una humanidad con el pilar fundamental de la presencia, haciendo referencia al cuidado, al acompañamiento y al estar ahí.
Paradójicamente, nuestro mundo moderno, en donde los medios de comunicación, las redes sociales y el internet, nos deberían acercar, hoy, en varias ocasiones, nos desconectan de la realidad y vivimos en ausencia.
En muchos hogares tenemos padres proveedores, pero que están ausentes. En muchos trabajos o empresas tenemos líderes lejanos que no logran establecer lazos con sus equipos de trabajo.
En el sector salud tenemos profesionales muy buenos desde la parte técnico científica, pero que no logran un auténtico vínculo humano con sus enfermos.
La verdadera divinización no se encuentra en el poder, en el tener o en el conocer, si no en la capacidad que tiene el hombre de hacerse realmente humano en su capacidad de “Ser Presencia”.
Quizás algún día “Su Presencia” nos haga presentes, y daremos ese salto ontológico de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la verdadera vida. Ahí habrá celebración.
No somos exitosos para ser felices. Somos felices para ser exitosos.
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