MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 277 OCTUBRE DEL AÑO 2021 ISNN 0124-4388
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Comprender la situación del otro cuando la mía está en caos no es sencillo y, sin duda, todo lo que ha conllevado una de las más agresivas pandemias y quizá la más indescifrable para el hombre, ha sido caótico para cada persona desde sus diferentes vivencias, siendo casi instintivo el volvernos ciegos a la realidad ajena justo en el afán de sufrir la propia; y es hasta entendible ese no reconocimiento, pero cuando ese otro está bregando con un desconcierto mayor al ser su responsabilidad tratar de resolver el nuestro, entonces reconocerle se vuelve casi un deber.
En Colombia y el mundo, el personal de salud ha sido la primera línea durante más de un año de crisis sanitaria; no solo asistenciales y administrativos, sino todas las demás áreas y personas involucradas en el proceso de hacer lo mejor que se pueda con un escaso sistema de salud que no ha demostrado tener la capacidad de planificar más allá de la agenda diaria. Nadie estaba preparado. Aun así, ese pequeño porcentaje de personas sigue cargando hoy con sus propios miedos, pero trabajando incansablemente por evitar que los nuestros se cumplan.
Aunque en nuestra sociedad el cumplir ciertos roles parece que te pone obligaciones frente a los demás, quienes laboran en instituciones de salud probablemente lo hacen por vocación y, si bien es cierto que asumen el deber de hacerlo, y hacerlo bien, siempre queda la posibilidad de irse a casa y elegir cuidarse como prioridad. Si esa fuera su decisión, ¿quién cuidaría de nosotros? El deber profesional por encima del bien personal y hasta familiar, ha sido una difícil decisión que muchos han tenido que tomar -y temer- mientras que la mayoría, apenas unos desconocidos, les exigimos indiferentes.
La inestabilidad laboral y económica ligada a un gran incremento en la carga de trabajo son algunas de las problemáticas a las que el personal de instituciones de salud se ha visto más enfrentado y, que por bien común, se deben sufrir casi que en un segundo plano. Un turno no parece suficiente para salvar vidas –al inicio de la pandemia, sin saber precisamente cómo hacerlo- y a la vez, cuidar de la propia. El COVID-19 no ha dejado tiempo para nada más que para él. Extensas y pesadas jornadas, a veces sin vida social, ha sido la realidad para algunos; otros, además, han tenido que seguir trabajando con retrasos en el pago de nómina o con la incertidumbre de saber si mañana lo llaman a trabajar o si el contrato definitivamente se terminó.
La Facultad de Salud Pública de la Universidad de Antioquia recopiló más cientos de testimonios para su proyecto titulado “Voces del Talento Humano en Salud sobre su experiencia en la atención durante la emergencia social y sanitaria por COVID-19 en Antioquia, 2020-2021”, en el que diversas historias individuales dejan ver las grandes problemáticas sociales y un universo social desconocido para casi todos los que hemos vivido la pandemia de puertas para afuera. No solo han sido los problemas estructurales del sistema sino toda la carga que emocionalmente tienen que conllevar en la actual situación.
“A muchos nos tocó ¡desplazarnos en la mitad de la incertidumbre!, conseguir sitios de vivienda, asumir la dirección de un hospital nuevo, que no conocíamos, y sin poder hacer reuniones de personal por la pandemia, esto fue en realidad, y aún lo sigue siendo ¡un factor que produce demasiado estrés!”, cuenta un gerente de una IPS pública de 1° nivel, fuera del Valle de Aburrá. La ansiedad de no entender muy bien lo que está pasando y tener que buscarle soluciones inmediatas.
El miedo constante más que de contagiarse, de contagiar a sus seres queridos; muchas veces, sobre todo al inicio, intensificado por el estrés de no contar con implementos de protección de calidad que garantizaran el poder regresar tranquilos a casa. “Siempre había angustia, más que todo por infectar a los otros…” “que a ellos no les hubiera dado, esa era mi preocupación, entonces todo el tiempo les preguntaba: “¿cómo están?, ¿tienen tos, tienen malestar...? Pero con respecto a mi trabajo, ellos (sus padres) saben que para eso nací, entonces no me cuestionan”, narra una enfermera de UCI, (IPS pública de 4° nivel del Valle de Aburrá).
Si bien la empatía no debería de ser algo medible, se requieren de niveles altos para dedicar una vida al servicio de otros, como respuesta, hay niveles bajos que imposibilitan ver, o al menos preguntarse, si el otro vive una realidad y cómo la vive. El rechazo y la discriminación –por miedo o por indiferencia- han sido, para algunos, otras de las experiencias de la pandemia. Según los testimonios recogidos por la Facultad de Salud Pública de la U de A, del total de encuestados el 33 % se ha sentido discriminado, señalado o estigmatizado. Algunos, además, agredidos.
Un laboratorista especialista en gerencia, de una IPS pública de 1° nivel fuera del Valle de Aburrá, cuenta que “…un día me llegó una carta que tuve que llevar incluso a la policía porque decía que tenía que buscar para dónde irme porque yo era un riesgo para ellos, entonces yo me quejé, y hablé en la alcaldía: “Haber, es que yo me estoy arriesgando es por el pueblo, no por mí”, en este momento si decido no tomar muestras estoy en todo mi derecho de no hacerlo, pero lo estoy haciendo es por el pueblo”.
El no salir con uniforme de la institución para evitar agresiones se volvió regla en muchos lugares. Las teorías conspirativas, que cuesta creer que hoy aún perduran, de creer que si se dejaba a un familiar hospitalizado lo agravarían intencionalmente por dinero, o las amenazas por simplemente cumplir con su trabajo, han ocasionado pesos e inestabilidades emocionales en el personal de las instituciones de salud; desencadenando en un porcentaje significativo incluso problemas de salud de mental.
Según el proyecto ya mencionado, 8 de cada 10 encuestados presentaron algún síntoma de depresión o ansiedad en los últimos 21 días.
“Un día colapsé, llevaba dos o tres días deprimida llorando casi todo el día… En una de las plataformas para entrar a la historia clínica la IPS había puesto un link y decía precisamente así: “Si alguien te preguntara hoy ¿cómo te sientes? ¿qué le dirías?”, yo me puse a llorar y decidí escribir: “precisamente esa pregunta es muy difícil hoy…”, cuenta una enfermera de UCI, (IPS pública de 4° nivel del Valle de Aburrá).
Inicialmente, y entendiendo lo complejo de manejar una situación desconocida, la salud mental no fue un tema muy tenido en cuenta en el cronograma de las IPS y otras instituciones de salud; los programas de atención psicológica si acaso bastarían para los pacientes más graves. Lamentablemente, son las consecuencias las que casi siempre obligan a la búsqueda de soluciones. Ahora, esas consecuencias han influido en la creación de más programas y canales de ayuda para el personal, reconociendo al menos esa realidad innegable para muchos.
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