MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 296 MAYO DEL AÑO 2023 ISNN 0124-4388 elpulso@sanvicentefundacion.com icono facebook icono twitter icono twitter

Perder a un ser amado a causa del COVID-19

“Yo pensé que él había superado el COVID-19, pero luego vino la neumonía, la hospitalización, la UCI y, finalmente, su muerte”, relata Alicia, quien perdió a su padre durante la pandemia.

Por: Yéssica Tuberquia Agudelo
elpulso@sanvicentefundacion.com

El 30 de enero de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el brote del coronavirus como una emergencia de salud pública de preocupación internacional; el 11 de marzo de ese mismo año, como una pandemia, para ese momento había 118 000 casos en 114 países y 4 291 personas habían perdido la vida. Colombia decretó emergencia sanitaria el 12 de marzo tras detectarse al primer contagiado en el país (y estuvo vigente hasta el 30 de junio de 2022); el 25 de marzo de 2020 se anunció la medida de aislamiento obligatorio.

El panorama para ese entonces era desolador: las calles vacías y las casas llenas de miedo. Las redes sociales y los medios de comunicación estaban saturados con información sobre el coronavirus, las conjeturas sobre su origen y la letalidad que podía causar.

Para Lisy Samaira Castro Machado, psicóloga de la Unidad de Duelo de la Funeraria San Vicente y quien acompaña el grupo de apoyo para pérdidas por COVID- 19: “Hay un asunto ineludible para todos: fue un momento que nos atravesó por completo y de muchas maneras. En esta pandemia todos nos enfrentamos a un sinfín de cambios, desde la forma en que era nuestra rutina diaria hasta la forma de relacionarnos”.

El aislamiento social, la saturación de información y el temor al contagio propio y de los seres queridos, fueron algunos de los puntos clave para que alrededor del mundo no solo se hablara del virus, sino, también, de las consecuencias que podría traer en la salud mental. No fue únicamente una preocupación: fue y sigue siendo una realidad. De acuerdo con los datos de la OMS, durante el primer año de la pandemia, los trastornos mentales, como la ansiedad y la depresión, se elevaron en un 25 %. En Colombia, según Medicina Legal, durante todo el 2021 hasta julio de 2022, 4 159 personas se quitaron la vida; el Ministerio de Salud informó que después del paso de la pandemia, el 44,7 % de los niños tienen indicios de un problema de salud mental.

Sin embargo, hay un aspecto al que aún “no se le ha prestado la importancia suficiente”, asegura Valentina Agudelo Cardona, quien con Yuliana Tamayo Urán realizó el trabajo de investigación “Vivencias de las familias que experimentaron el duelo por muerte de un ser querido debido al COVID-19”. El duelo.

“Él me suplicaba que no lo llevara al hospital, que él sabía que no iba a volver. En el fondo, yo también lo sentía. Y así fue. Lo entubaron y nunca volvió a despertar”, narra Alicia.

Para el 8 de marzo de 2023, casi tres años después de iniciada la pandemia, en Colombia se había registrado la muerte de 142 639 personas; alrededor del mundo, la cifra alcanzaba a los 6 868 891. No obstante, es de destacar que la OMS señaló que el número de fallecimientos atribuidos directa o indirectamente a la pandemia fueron subestimados: alrededor de 20 millones de muertes podían asociarse.

Las cifras no son números: son personas. Aproximadamente en Colombia 142 639 familias perdieron a su ser amado y lo hicieron cuando las restricciones impedían tener los rituales de despedida que suelen hacerse, cuando no podían abrazarse con quienes les daban fuerza. Agudelo señala que, de acuerdo con su investigación, el duelo comenzó desde “el momento en que la persona empezó a tener los síntomas, donde hubo una negación al diagnóstico; es decir, se buscaba otra respuesta, soluciones alternativas y la última opción era aceptar que posiblemente la persona tenía coronavirus y debían llevarla al centro de salud. Una vez estaba en el hospital, ya había una sensación de que no lo iban a volver a ver y que la persona iba a morir, obviamente porque este contexto estaba rodeado de muchas creencias, muchos estigmas. Entonces, empezaron a creer que se estaban despidiendo de su ser querido, incluso el hospitalizado lo sabía, ya tenía la concepción de que se iba a morir y que debía despedirse”.

El duelo es una experiencia completamente natural: la muerte también lo es. Sin embargo, la experiencia por pérdida por COVID-19 sí tiene unas particularidades que hacen que el proceso de duelo sea distinto.

Un escenario atípico

La angustia, la incertidumbre, una tristeza profunda y, también, una responsabilización por aspectos de cómo se vivió la enfermedad, el contagio, el poder cuidarlos en la casa o acompañarlos en el centro médico.

La psicóloga Castro explica que la mayoría de las pérdidas implicaron muchas limitaciones para todos los dolientes y familias: “Había un protocolo que impedía, por ejemplo, que las familias pudieran reconocer el cuerpo de su ser querido, es decir, poder verlo, tocarlo, sentirlo, todo lo que en un contexto convencional podríamos hacer. Esto hizo parte de las primeras limitaciones, de la primera tarea del duelo que nos dice: primero, aceptar la realidad de la pérdida”.

¿Ante la muerte qué nos permite constatar la realidad? El cuerpo. Hubo ausencia de rituales funerarios, es decir, los espacios de velación con cuerpo presente, las ceremonias religiosas, la disposición del cuerpo. “Estos espacios de rituales son muy importantes, porque favorecen la expresión emocional, favorecen el acompañamiento, nos permiten usar las redes de apoyo (los vecinos, los amigos, la iglesia, etc.); sin embargo, esto tampoco hizo parte de la experiencia de quienes perdieron a alguien en pandemia. Eso también hacía muy complejo encontrar un lugar seguro para expresarse en términos emocionales, validar la experiencia, para decir: me estoy sintiendo, cómo me estoy sintiendo porque he perdido a alguien significativo. No había dónde, no había quién, porque todos estábamos en casa”, agrega la psicóloga de la Unidad de Duelo de la Funeraria San Vicente.

Así las cosas, los dolientes construyeron espacios de ritualización no tradicionales, “pero sí personales y orientados a la despedida”, señala Castro. La psicóloga Elein Zorzit también manifiesta lo mismo: “Se crearon formas de despedirse más simbólicas, como: hacerles cartas, hacer reuniones familiares, plantar un árbol, entre otros”.

De igual forma, la investigación de Agudelo demuestra que quedó en los dolientes “un reproche, un vacío. ¿Por qué no tuvimos un espacio para abrazarnos, para llorar, para ver cómo el otro estaba sintiendo su dolor?”.

Un momento para hablar de nuestros muertos

Tanto para la psicóloga Zorzit como para Castro, el duelo por pérdidas por COVID- 19 es un tema muy reciente, donde las personas todavía están en proceso. Es importante conversarlo porque significa “hablar de memorias, de vidas, muchas vidas que, en ese momento, quizá, fueron poco dignificadas, porque entre la cantidad y el horror, se vivió con mucha angustia”, expresa Castro.

“La pandemia para mí no ha pasado. Sigue en mi mente. Cada vez que alguien estornuda, que alguien tose, que a alguien le cuesta respirar. Siento que alguien puede morir, como murió mi papá. No sé cuándo pasó tanto tiempo, porque yo sigo sintiendo este dolor, ni siquiera en el corazón, sino en todo mi cuerpo”, termina Alicia.

Dirección Comercial

Diana Cecilia Arbeláez Gómez

Tel: (4) 516 74 43

Cel: 3017547479

diana.arbelaez@sanvicentefundacion.com