MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 307 ABRIL DEL AÑO 2024 ISNN 0124-4388
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El las últimas dos décadas, el gasto en salud en América Latina y el Caribe (ALC) ha experimentado un rápido crecimiento, casi duplicándose entre 2000 y 2020. Este aumento se refleja tanto en el gasto total en salud como en el gasto público en salud. Según datos recopilados, el gasto total en salud aumentó de US$ 366 a US$ 583 por persona, mientras que el gasto público en salud pasó de US$ 168 a US$ 314 por persona en el mismo período.
Este incremento en el gasto en salud ha sido más pronunciado que el crecimiento de los ingresos en la región, lo que ha llevado a un aumento significativo en la proporción del gasto en salud con respecto al Producto Interno Bruto (PIB). En concreto, el gasto total en salud aumentó del 6,5 % al 8,4 % del PIB, y el gasto público en salud creció del 3 % al 4,5 % del PIB. Estas cifras muestran una tendencia similar a nivel mundial, con un aumento del gasto en salud en otras regiones, como Europa y los países de bajos y medianos ingresos.
El análisis también revela una variación considerable en el gasto en salud entre los países de la región. Por ejemplo, Uruguay lidera en gasto público en salud, con más de US$ 1 000 por persona, seguido de Chile y Bahamas. Por otro lado, países como Haití, Honduras y Guatemala muestran niveles significativamente más bajos de gasto en salud.
A pesar de estas diferencias en el gasto, los resultados en salud varían considerablemente entre los países. Por ejemplo, aunque El Salvador, Bolivia y la República Dominicana gastan cantidades similares en salud, la mortalidad infantil es mucho menor en El Salvador. Estas discrepancias sugieren que la eficiencia en el uso de los recursos de salud puede ser un factor crucial en la mejora de los resultados en salud de la población.
El crecimiento del gasto en salud se ve impulsado por diversos factores, incluyendo avances tecnológicos, crecimiento económico, inflación y cambios en los patrones de enfermedad. Los avances tecnológicos, en particular, han contribuido significativamente al aumento del gasto en salud, al tiempo que han mejorado la calidad y eficacia de los tratamientos. Sin embargo, es importante señalar que no todas las nuevas tecnologías sanitarias necesariamente conducen a una mejora proporcional en los resultados en salud, y algunas pueden resultar en un aumento de los costos sin beneficios adicionales significativos.
Más del 50 % de los medicamentos aprobados carecían de evidencia que demostrara su superioridad frente a la atención estándar existente. Este aumento en los costos de salud no solo se debe a la tecnología, sino también al crecimiento económico. Con el incremento de los ingresos, tanto individuos como países buscan acceder a más servicios de salud. Además, factores como el crecimiento y envejecimiento de la población, junto con cambios en los patrones de enfermedades, también influyen. El tratamiento de enfermedades crónicas, como la hipertensión y la diabetes, se vuelve más costoso a medida que aumentan.
Un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) proyectó que el gasto en salud aumentará anualmente un 2,7 % en América Latina y un 4,7 % en el Caribe hasta 2050. Se espera que los factores como el crecimiento económico y la tecnología impacten significativamente en este aumento. Sin embargo, el gasto inteligente en salud puede frenar este crecimiento al priorizar inversiones que impacten positivamente en la salud y la equidad.
El gasto inteligente implica una serie de estrategias, como mejorar la competencia en los mercados de salud, tomar decisiones presupuestarias fundamentadas técnicamente, y vincular los reembolsos a la eficiencia y calidad de la atención. Estas medidas pueden ayudar a controlar los costos sin comprometer la calidad de la atención. Aunque algunas estrategias pueden enfrentar resistencia, su implementación puede generar resultados significativos en términos de salud y equidad.
Finalmente, el gasto inteligente en salud puede conducir a una mayor expectativa de vida, reducir la mortalidad infantil y mejorar la cobertura de servicios de salud calificados. Además, puede contribuir a una distribución más equitativa de los recursos de salud, asegurando que se atiendan las necesidades de los grupos desfavorecidos. En resumen, el gasto inteligente en salud no solo busca reducir el gasto innecesario, sino también mejorar la salud y la equidad en la sociedad.
En la búsqueda por mejorar los sistemas de salud y optimizar el gasto público, surge una pregunta clave: ¿estamos invirtiendo de manera inteligente en salud? Esta interrogante es fundamental en un contexto donde los recursos son limitados y las necesidades de atención médica son cada vez más apremiantes.
El concepto de “gasto inteligente en salud” implica una cuidadosa evaluación de qué bienes y servicios de salud proporcionan el mayor valor en relación con su costo. Según un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para América Latina y el Caribe, más de la mitad de los medicamentos aprobados carecen de pruebas que demuestren ser mejores que la atención estándar existente. Este hallazgo destaca la importancia de examinar críticamente nuestras decisiones de compra en el ámbito de la salud.
A la hora de tomar decisiones sobre el gasto en salud, es crucial definir qué entendemos por “valor”. Si bien mejorar la salud de la población es el objetivo fundamental, otros valores como la equidad, la protección financiera y la calidad de la atención también deben ser considerados. En este sentido, el enfoque de costoefectividad emerge como una herramienta invaluable para evaluar el valor de las intervenciones en salud.
La costoefectividad, que mide la cantidad de valor que podemos obtener por una determinada cantidad de dinero, se convierte en una guía esencial para discernir qué tratamientos, políticas o intervenciones ofrecen la mejor relación costo-beneficio. Sin embargo, calcular la costoefectividad presenta sus desafíos, ya que no solo implica considerar el costo y el beneficio en términos de años de vida saludable, sino también factores como la equidad, la distribución de los beneficios entre diferentes grupos de la población.
Para establecer prioridades de gasto en salud, es fundamental adoptar métodos analíticos que nos ayuden a evaluar las compensaciones y los beneficios netos en salud. El uso de umbrales de costoefectividad, como el utilizado en Brasil, puede ser una estrategia efectiva para guiar las decisiones de compra y asegurar que estamos obteniendo el máximo valor por cada peso invertido en salud.
En última instancia, invertir de manera inteligente en salud implica una cuidadosa evaluación de nuestras decisiones de compra, priorizando aquellas intervenciones que ofrecen el mayor valor en términos de salud y equidad para toda la población. Con un enfoque centrado en la costoefectividad y el costo de oportunidad, podemos garantizar que nuestros recursos se utilicen de manera óptima para mejorar la salud y el bienestar de todos.
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