MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 10    No. 114  MARZO DEL AÑO 2008    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 


Calidad en educación:
imperativo para reglamentar Ley 1164
Conrado Gómez Vélez - Especialista en salud pública y en evaluación social de proyectos. Magíster en Ciencias Políticas elpulso@elhospital.org.co

Después de superar un año de revisión en la Corte, y casi 3 en el Congreso, en 2007 se expidió la Ley 1164, de Talento Humano en Salud. A este lapso habría que sumar varios años de investigaciones, realizadas por la Universidad de Antioquia, la Universidad Javeriana y Family Health Foundation. Sin embargo, es paradójico que una ley con estos antecedentes genere tanta controversia, como la que se ha desatado.
Tres problemas
Para comprender el problema debe revisarse el propósito de la ley y los análisis previos; son 3 los problemas de mayor relevancia. El primero es la falta de “pertinencia” de algunos programas educativos: En efecto, durante los últimos 14 años se presentó un crecimiento gigantesco de facultades y programas, llevando a un desempleo creciente, que supera el 30% en el caso de algunas profesiones y pronto llegará al 50 ó 60% en otras. Una condición obliga a discutir si es ético mercadear un volumen de cupos tan grande entre numerosos jóvenes y padres de familia, que desprevenidamente buscan en una profesión un futuro auspicioso.
Tenemos que superar el sistema educativo masificado y absolutamente desbordado que se impulsó para aumentar coberturas.
El segundo problema, también relacionado con la pertinencia científico-técnica y pedagógica, es la calidad. Es urgente superar el método de enseñanza memorístico (“trasmisionista”), incorporando sin dilaciones la formación por competencias; esto implica, lograr que los egresados sean capaces de resolver, en contexto, los problemas básicos de su profesión, de manera integral.

En el enfoque memorístico, por el contrario, prima la repetición de fórmulas y conceptos, en un cronograma de materias, como rellenando un chorizo. Siempre que los estudiantes cumplan el cronograma y pasen los exámenes, la capacidad de solucionar los problemas propios de cada profesión pasa a segundo lugar. Es un sistema que deforma al mismo tiempo que forma: los estudiantes aprenden técnicas y estrategias para pasar las pruebas, pero no necesariamente para resolver los retos de su profesión. Por eso se ven tantos profesionales que no saben leer ni redactar, ó que aprobaron matemáticas y estadística pero que no las entienden, ó que perdieron el interés ó el gusto por materias que aprobaron.
Sin embargo, existe un círculo vicioso que atrapa la educación superior en el método trasmisionista. Los profesores enseñan de memoria porque así aprendieron, y es lo que saben hacer. Consideran que memorizar es más eficiente: al estudiante se le pueden descargar tableros llenos y éste se los tiene que “aprender” si quiere aprobar. Consideran el aprendiz como una hoja en blanco, que no puede entrar en desacuerdo. “De memoria”, los profesores pueden cumplir con programas y cronogramas sin esfuerzo, cosa que sería muy difícil con otra pedagogía, como la del descubrimiento. Los estudiantes “se tardan mucho descubriendo o se distraen descubriendo otras cosas”, dicen algunos profesores, es decir, “pierden el tiempo”. ¿Por qué las universidades tienen profesores así? Porque la mayoría son de cátedra, dan su clase y se van, el 75% en las privadas y el 45% en las públicas. La mayoría apenas tiene pregrado ó especialización, muy pocos maestría, y casi ninguno doctorado; excepto que usted se dirija a una universidad muy costosa.
El tercer problema es la pérdida de autonomía y competencia de los profesionales para decidir y actuar como tales, detrimento que se le viene atribuyendo al modelo de atención gestionada del aseguramiento. Independientemente de que se comparta ó no ese punto, la petición de un ejercicio profesional autónomo es un clamor. No hay que olvidar que la Ley 1164 comenzó como alternativa al polémico proyecto de ley 017, que el gobierno retiró. En aquel momento, como ahora, muchos anhelaban para su especialidad una ley que resguardara su ejercicio, como la Ley 5ª de anestesia.
Lo que trajo la Ley 1164
Frente a los problemas expuestos, el legislativo desarrolló en la Ley 1164 instrumentos como el Consejo Nacional de Talento Humano que estará capacitado para conocer y estudiar cada área profesional con sendos comités; este Consejo asesorará sobre la pertinencia de los programas educativos. No obstante, la Corte en el examen de objeciones, restringió sus funciones a un nivel asesor.
En segundo lugar se estableció el Observatorio del Talento Humano, encargado de difundir y promover la información objetiva de manera amplia, de modo que los aspirantes a programas educativos y sus familias puedan decidir con objetividad. En materia de calidad se creó la recertificación profesional, que es todo un debate, no porque la medida sea cuestionable, sino porque la estructura fijada para hacerla realidad generó una oposición muy fuerte.
La Ley otorgó a los Colegios Profesionales un papel relevante para la recertificación, pero estas organizaciones aún no están plenamente desarrolladas, dejándole al sector educativo un enorme malestar, que es el de imaginar que sus egresados serán evaluados por terceros. No debe perderse de vista que el sector educativo es el que más sabe de su negocio, y podría verse valorado por organizaciones que no tienen la misma experiencia. Sin embargo, la recertificación tiene aspectos positivos: la participación de un actor diferente a educación puede superar el bajo impacto de sus autoevaluaciones, que hasta ahora no conducen a un control decidido de pertinencia, ni a inversiones suficientes para mejorar la calidad.
Por otro lado, no es un secreto que la recertificación generará oportunidades económicas, técnicas y políticas, y sobre ellas se desató una competencia abierta. Están en discusión los beneficios de la capacitación y el re-entrenamiento, el producido de la recertificación en sí misma, el prestigio y el desarrollo institucional que promete el proceso, y por último, el poder que genera evaluar los profesionales y a las universidades indirectamente.
Interrogantes
Sin embargo, los interrogantes son muchos. Evaluar profesionales es complejo y diferente, por ejemplo, de examinar bachilleres. Las pruebas que se vienen haciendo por competencias profesionales, ECAES, no son comparativas como las pruebas de Estado (secundaria) ni permiten hacer escalafones.
En el caso de las profesiones no existe un modelo teórico práctico, ideal, que establezca cómo debe ser cada profesional. ¿Cómo es el médico ó la enfermera ideal? Cada universidad tiene su propuesta, que en esencia es única. Y por ende, ¿cómo se evaluarán egresados de programas distintos con justicia? ¿Se forman igual personas de estrato II y III, hijos de padres bachilleres, que personas de estrato VI que estudiaron en colegio bilingüe, tienen computador en casa, portátil en el auto y padres profesionales ó empresarios? ¿Cuál será el rasero para evaluar? Obsérvese que esta condición puede derivar en inequidades. La educación es elitista. Cierto: es de excelencia, hay exámenes, es por mérito y todo esto, pero también deben existir oportunidades para los más pobres ó por ejemplo, para quienes tuvieron un bachillerato de menor calidad. Podría suceder por ejemplo, que para recertificar se adopte un perfil favorable a egresados de universidades de estratos altos, pero eso se convertirá en una barrera de acceso a la educación superior para aquellos de menores ingresos, ó lo que es peor, un impedimento para que ejerzan sus profesiones después de haber hecho un esfuerzo tan enorme como el que se requiere para graduarse. Si todo esto llevara a un control de cupos, ¿por dónde se los reduciría?
En suma: un proceso de recertificación mal llevado podría exponer a los profesionales de ciertas universidades a evaluaciones injustas, al mismo tiempo que podrían favorecerse propuestas pedagógicas determinadas. Imaginémonos cuales son las competencias que debe tener un médico ó una enfermera. Unas universidades hacen énfasis en la clínica, otras en la investigación, otras en el trabajo comunitario. ¿Qué es mejor? Y los profesionales que se formaron hace 20 años, ¿cómo van a ser comparados?
Es decir: la recertificación puede generar un sistema de evaluación que mejore la calidad de la educación y la atención de los colombianos, pero no es algo tan fácil de hacer como parece. ¿Quién va a hacer la tarea? Las universidades, los colegios y el gobierno van a estar, pero, ¿en qué condiciones? Es el debate actual, y como puede verse, es de hondo calado, pero en todo caso debe quedar claro que tenemos que superar el sistema educativo masificado y absolutamente desbordado que se impulsó para aumentar coberturas. Hoy más que nunca, ante un mundo globalizado y cada vez más competitivo, la calidad es un imperativo, y ese es el principio que debe inspirar la reglamentación de la Ley 1164.

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