MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 274 JULIO DEL AÑO 2021 ISNN 0124-4388
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Un año y un mes desinfectando cada paquete y los zapatos de las personas que entraban a casa, siguiendo en los medios de comunicación el aumento de cifras en contagios y muertes, en teletrabajo y usando el tapabocas en la calle… 13 meses acumulando miedo, con la sensación de estar apretando los dientes para que nada malo pasara y preparándome para un diagnóstico que nunca quise recibir.
Lloré de miedo cuando me enteré del resultado de la prueba y lo hice otra vez cuando me contactaron desde la EPS para preguntarme con quién vivía: “Con mi mamá y mi abuela, de 80 años”, respondí. El miedo, que fue tan útil para prevenir el contagio durante todo ese tiempo, se convirtió en angustia, culpa y vergüenza.
Me hice muchas preguntas antes de recibir la llamada del médico: ¿cómo es posible que algo invisible pueda causar tanto terror?, ¿qué pasará con mi familia, si hace unos días me senté con ellos en el comedor?, ¿hice mal en salir a comer con mis amigos el día que me contagié?, ¿qué pasará en las próximas semanas? La angustia se sostuvo el mismo tiempo que el virus duró en mi cuerpo, e incluso más, pero sobre todo se hizo presente en los días en que estuve aislada, cuando sentía que la habitación era más pequeña que los pensamientos.
Los síntomas físicos nunca sobrepasaron las emociones negativas que sentí, a excepción del vértigo que aumentaba la desorientación. Es sabido que la experiencia de cada paciente es distinta, y en esto influyen sus comorbilidades, pero también se han identificado algunas emociones frecuentes a partir del diagnóstico del virus.
María Camila Calle, psicóloga clínica y magister en psicoterapia, explica que el miedo y la incertidumbre son las emociones más comunes, aunque también aparecen la culpa y la vergüenza, dependiendo de las condiciones en las que se haya contagiado el paciente. Estas últimas, según organismos del gobierno de Estados Unidos, pueden derivarse de una estigmatización a los pacientes de COVID-19 que podría dificultar el control del brote.
“La incertidumbre es una emoción que aparece en todos los seres humanos porque no tenemos una información clara de cómo va a actuar el virus en nosotros. Es muy diferente a cuando tenemos una gripa, porque ya hemos vivido esa experiencia. Esta es una de las emociones que el ser humano menos tolera y genera muchísimo malestar emocional”, explica Calle, quien es docente de psiquiatría en posgrados de la Universidad de Antioquia.
Esta respuesta está relacionada con que no tenemos estrategias para saber cómo afrontar esta nueva situación. La docente agrega que dada la connotación negativa y la evidencia de lo peligroso que es el virus, también es indudable la aparición del miedo.
La culpa se manifiesta entonces cuando la persona se contagia y sabe o siente que infringió una ley, no siguió un protocolo o no hizo caso a lo que le estaba diciendo el gobierno o su familia, por ejemplo. Este sentimiento aumenta cuando el virus se lleva la vida de terceros (sean familiares o amigos). “Si esas personas llegan a cuidados intensivos y fallecen, puede haber más riesgo de que la persona que los contagió tenga un duelo complicado, porque el sentimiento de culpa se va a perpetuar”.
Ahora bien, hay una tendencia normal en el ser humano a buscar culpables, sea en esta situación o en cualquier otra. La psicóloga Calle explica que, al aparecer un contagio, las personas suelen buscar por dónde entró el virus, siempre buscarán una respuesta al bache, por esta razón también puede ocurrir que el paciente sienta también vergüenza, lo que incluso puede llevarlo a decir mentiras para no ser culpado.
Basta recordar los hostigamientos que sufrieron algunos empleados de la salud al inicio de la pandemia, para identificar el estigma que puede producirse en torno al COVID-19. Uno de los casos más graves le ocurrió a la médica Juana Isabel Cerra Hernández, quien fue amenazada de muerte el 7 de mayo de 2020 y se vio obligada a irse de su casa en La Estrella (Antioquia).
El portal de Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos publicó un artículo en el que se refirió a la estigmatización como la discriminación “asociada al desconocimiento de cómo se propaga el COVID-19, la necesidad de culpar a alguien, el miedo a la enfermedad y la muerte, y los chismes que difunden rumores y mitos”.
Esta estigmatización puede ocurrir cuando las personas asocian la enfermedad con una población, comunidad o nacionalidad, y también cuando una persona está en aislamiento, cuarentena o incluso después de haberse recuperado del virus.
Todo esto, según argumenta el CDC: “solo lastima a todos al crear más miedo y rabia hacia la gente del común, en lugar de enfocarse en la enfermedad que está causando el problema. También puede hacer que las personas sean más propensas a esconder sus síntomas o enfermedades, y evita que busquen atención médica de manera inmediata y adopten comportamientos saludables. Por lo tanto, el estigma puede dificultar el control de la propagación del brote”.
Pero la vergüenza no es exclusiva de los pacientes con diagnóstico de COVID-19. La terapeuta Lindsay Bryan-Podvin, que se especializa en ayudar a personas con problemas de ansiedad motivados por razones económicas, le dijo a la agencia AP que sus pacientes le hablan sobre la culpa porque les ha ido bien durante la pandemia. Y aunque la culpa por razones económicas no es un diagnóstico psicológico oficial, la terapeuta explicó que lo que dicen estos pacientes se asemeja a lo que se escucha en personas con estrés postraumático.
La psicóloga María Camila Calle explica que: “es fundamental entender que el virus afecta neurobiológicamente nuestro cerebro”, por lo que una persona que se contagie y que además presente sentimientos de culpa, miedo e incertidumbre podría comenzar a presentar “un malestar clínicamente significativo”, lo que podría desencadenar “una disfuncionalidad en diferentes ámbitos de la vida”.
Es en ese momento en que las “emociones generadas por la situación de contagio como tal, no por el coronavirus, sino por lo ambiental, hacen que las personas necesiten una atención”, apunta la docente, porque esta situación puede estar afectando la calidad del sueño, la alimentación, el rendimiento educativo o laboral u ocasionar que se alejen de los demás.
De igual manera, la experta señala que los pacientes que han estado en una unidad de cuidados intensivos en un periodo superior a 5 días, con o sin ventilación mecánica, van a necesitar una atención por salud mental. “La estancia en UCI es un factor estresor impresionante”, comenta Calle y menciona el síndrome post cuidados intensivos (PICS, por sus siglas en inglés), que puede afectar de manera física, cognitiva y psicológica a quienes lo padecen
“Actualmente se están creando protocolos para que todos los pacientes que egresan de una UCI tengan valoración por psicología y psiquiatría porque pasan por muchísimas cosas, no solo biológicas sino también psicológicas, cognitivas y físicas que ocasionan que no se recuperen y eso afecta su calidad de vida y hace que el sistema de salud tenga que velar por ellos por mucho más tiempo”.
En los pacientes del virus que no llegan a UCI pero requieren atención en salud mental, Calle explica que los tratamientos se enfocan en la reestructuración cognitiva, es decir, en ayudar a la persona para que piense acorde a la realidad. Se utilizan “técnicas de autocontrol, de relajación y respiración, experimentos conductuales, y técnicas de aceptación y compromiso”.
La docente de la Universidad de Antioquia señala que, “indudablemente, en la consulta particular ha aumentado el motivo postcovid o durante la infección, y se ve el impacto negativo que tiene el coronavirus sobre lo psicológico. Muchos de los pacientes incluso necesitan medicación durante el COVID-19 y posteriormente por la neuroinflamación”.
Aunque ya se percibe más conciencia por parte de los pacientes y se están creando programas para que puedan acceder de mejor manera a la atención en salud mental, Calle apunta que falta darle más fuerza y continuar desmitificando este tema, porque el cerebro también se enferma. “No es signo de debilidad o que no esté poniendo de mi fuerza, son enfermedades que tienen su tratamiento y sus profesionales para atenderlas”.
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