MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 12    No. 149  FEBRERO DEL AÑO 2011    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 


La conciencia ambiental
de Colombia pereció ahogada
Hernando Guzmán Paniagua - Periodista - elpulso@elhospital.org.co
Los lagos y ríos fueron para nuestros antepasados Chibchas santuarios de los dioses, y la laguna de Tota, regalo de Chiminigagua, señor del universo y de Bachué, diosa de las aguas. Hoy la laguna está en peligro por la contaminación y el daño de los páramos, y millones de colombianos no tienen agua potable, mientras media Colombia está inundada. El ministro de Transporte, Germán Cardona, dijo en Córdoba: “Dependemos de la ayuda de la naturaleza y de Dios para que el invierno baje un poco”.

Pero ni el acueducto celestial lo maneja San Pedro, ni las tragedias invernales son castigo de Dios, sino la respuesta de la naturaleza ante la violencia cotidiana contra ella.
El escritor William Ospina recuerda que hace varios siglos, la sabana de Bogotá era una gran laguna, y un dios o un profeta creó una fértil llanura, mientras la laguna de Fúquene fluía cristalina por la sabana, hasta que los adalides del “progreso” secaron las tierras para hacer sembrados y potreros. La imprevisión oficial es patente en la historia de las tres erupciones del Volcán del Ruiz. La de 1985, predicha un año antes por Ingeominas, mató 25.000 personas, muchísimas más que las dos anteriores: sobre la de 1595, dice Fray Pedro Simón (“Noticias Historiales”): “No se sabe haber hecho otros daños”, fuera de gran mortandad de peces, ganado vacuno y plantas. En la de 1845 “hubo como 400 personas muertas”, según crónica de Gustavo Arboleda; “como mil habitantes de la parte alta del Valle del Lagunilla”, según Don José Manuel Restrepo.
Las cifras del drama actual ilustran la violencia ambiental: subió más de 500% el porcentaje histórico de lluvias de los últimos años, más de 300 muertos, más de 280 heridos, más de dos millones de afectados y damnificados, al menos 223 desaparecidos, 3.600 casas destruidas o averiadas, 1’300.000 hectáreas de tierra inundadas, 45 vías nacionales cerradas o afectadas, pérdidas económicas incalculables, y afectados 28 de los 32 departamentos de Colombia, un desastre más agudo que el del huracán Katrina en Nueva Orleans en 2005, que dejó medio millón de damnificados.
¿Desastre natural o cultural?
Rafael Colmenares, ex director de Ecofondo y miembro del Comité Nacional de Defensa del Agua y de la Vida, explicó a EL PULSO: “Es un desastre cultural, lo que naufraga es una sociedad que marcha en contravía de los ecosistemas naturales que estructuran sus territorios, que ha destruido a sangre y fuego, a golpe de tala y desecación de humedales, la cultura indígena y campesina que hacía viables los asentamientos poblacionales en las zonas inundables”.
Los Zenúes y otros pueblos que habitaron La Mojana, las cuencas del Nechí, el Bajo Cauca, el San Jorge y el Sinú, construían canales que al ceder el invierno usaban como estanques piscícolas de los cuales vivían; hoy podemos adaptar esa tecnología a nuestro entorno. En la Depresión Momposina y el valle del Sinú, muy ricos en peces, la pesca casi desapareció y sus tierras sirven hoy a los agro-combustibles, arroz transgénico y demás agro-negocios. “Para lograr la mercantilización de la naturaleza se alteran los ecosistemas y se desplaza a la población campesina, mestiza e indígena de los territorios. Ese ha sido el trabajo sucio del paramilitarismo. Junto con la concentración de la tierra, hay todo tipo de negocios ilícitos, maneras de apuntalar esas actividades; nadie puede negar la conectividad entre la crisis humanitaria y la crisis ambiental”, aseveró Colmenares.
La tragedia es global: más de 3.000 hectáreas de bosques amazónicos primarios deforestados en la nororiental región de San Martín (Perú) para cultivar biocombustibles, la construcción de represas en la Amazonía genera grandes cantidades de gas metano -con efecto invernadero 20 veces más contaminante que el dióxido de carbono-, las inundaciones en Australia sacarían del mercado mundial más de 5% del carbón de coque -usado para fabricar acero (casi 14 millones de toneladas)-, 600 personas mueren por aludes de lodo en 3 municipios de la zona de Río de Janeiro -la mayor tragedia en varias décadas en Brasil- por la intensas lluvias y la urbanización irresponsable de las montañas.
Las temperaturas de la tierra y el mar en 2010 subieron 0,62 grados Celsius sobre el promedio del siglo XX, como en 2005. “La Niña” augura sequías para las cosechas de maíz y soya en Argentina y de trigo en Estados Unidos, más huracanes en el Atlántico y menos en el este del Pacífico, una potencial amenaza para el petróleo y el gas de Estados Unidos en el Golfo de Méjico.
Colmenares advirtió: “No todo es explicable por un problema que al ser global parece estar fuera de nuestro alcance, lo cual induce a la pasividad y a la resignación. En la obra del doctor Juan B. Restrepo, de la Universidad Eafit, 'Los sedimentos del Magdalena: una manifestación de la crisis ambiental', esa cuenca tiene una deforestación de 2% anual -el más alto en Sudamérica-, y una población de 140 habitantes/km., superior a las demás cuencas suramericanas, por el modelo de desarrollo vinculado a las 'bonanzas': en la Colonia la del oro, luego la del café y después la de cultivos de uso ilícito”.
También cuestionó la falta de un plan de ordenamiento ambiental: “Creado el Sistema Nacional Ambiental en 1993, a la luz de la Conferencia de Río de Janeiro, hubo unos años de impulso a la institucionalidad, que luego se estancó, debilitó y desmontó; se flexibilizaron las licencias ambientales en minería; jamás se expidió el Estatuto de Zonificación para el uso de varios químicos; decayó la Dirección de Ecosistemas del Ministerio del Ambiente -el primer gobierno de Uribe juntó éste con el de Desarrollo y lo enfocó a la vivienda y al agua potable con planes territoriales cuestionables-; se pensó que exigir requisitos ambientales a las empresas era entorpecer los proyectos, algo ligado a la política de ‘confianza inversionista’. Y se fortaleció el clientelismo regional y nacional”.

La acción gubernamental es errática.
Igual que en las anunciadas tragedias
pasadas, es un catálogo de disposiciones
-algunas necesarias, pero todas de alcance
parcial- que atacan los efectos pero no
corrigen los males estructurales.
Sobre el plan de reconstrucción tras la emergencia invernal, que cuesta $5 billones, Colmenares dijo: “Me preocupa que se oriente más a la construcción de grandes infraestructuras para resistir el embalse de las aguas, no a quitar la causa del problema; todo se reduce a oportunidades de negocios para grandes compañías”. Recordó que, según denuncia del actual ministro de Transporte, el gobierno pasado adjudicó contratos para contención de inundaciones en la zona de La Mojana por $25.000 millones, obras sin diseños e inocuas para contener las arremetidas del agua (la población tuvo que improvisar diques con madera y sacos de arena).
Y ante la propuesta del ministro Cardona, de construir Urrá-2 para “controlar y mitigar la velocidad de las aguas del río Sinú”, el ex director de Ecofondo opinó: “En buena medida, el problema se debe a Urrá-1, porque se construyó supuestamente para regular el flujo de aguas por el río Sinú, pero a la par, los grandes terratenientes de Córdoba desecaron las ciénagas, ampliaron sus fincas a costa de ellas, dedicaron terrenos a los agro-cultivos, a ganadería extensiva, y la represa de Urrá no aguanta ya una fuerte temporada invernal”.
Inundados y sedientos, cual Tántalo
El experto explicó que nuestras grandes ventajas: estar en la zona de confluencia inter-tropical, atravesada por tres cordilleras, con costas en dos mares y cobijados por la Amazonía y la Orinoquía, factores climáticos diversos, gran biodiversidad y el ser la octava reserva de agua dulce del planeta, pueden convertirse en lo contrario cuando se actúa en contravía de su lógica. Dijo que hace 14 años, el Estudio Nacional del Agua, encargado por Minambiente a la Universidad Nacional identificó los sistemas productivos, tecnologías y formas de ocupación de la tierra inadecuados, como los factores determinantes de la polaridad abundancia - escasez de agua.
Agregó que hace tres años el entonces ministro de Ambiente, Juan Lozano, anunció el “Plan de recuperación definitiva del río Bogotá”: debió perecer ahogado. Y hace sólo 6 meses, el Congreso echó a pique un referendo que destinaba exclusivamente los ecosistemas del ciclo hídrico a su finalidad natural y consagraba el derecho humano fundamental al agua potable. “Hoy nos ahogamos y padecemos sed al mismo tiempo, persistiendo en el camino equivocado por el cual seguiremos en desbocada carrera, jalonados por las locomotoras de la prosperidad que proclama el presidente Santos: minería, agro-negocio y combustibles fósiles. Por eso, ha llegado el momento de hacer un gran debate al modelo de desarrollo, que tiene facetas en la legalidad y en la ilegalidad, para corregirlo o cambiarlo, pues los paños de agua tibia ya no funcionan”, concluyó el ecologista. Ligia Arregocés, directora de Ecofondo, conceptuó a EL PULSO: “La causa estructural de la problemática ambiental radica en el modelo de desarrollo, que para su pervivencia ha rebasado los límites naturales, mediante acciones que satisfacen las necesidades de la sociedad de consumo. Implica que nuestra estrategia cultural de adaptación debe corresponder con las condiciones y capacidad de carga de los territorios de asentamiento. Los fenómenos naturales existen per se y sólo se convierten en desastres cuando no hay condiciones de prevención adecuadas a las condiciones de riesgo”.
Señaló como responsable al Estado colombiano, a la institucionalidad debilitada, desgastada y fracturada, al Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial que no ha propulsado la política nacional ambiental: por ello el sistema está acéfalo y cada actor asume posiciones particulares y reactivas ante cada situación. Cuestionó la mínima asignación de recursos en el presupuesto nacional, y el servir las actividades económicas a los intereses de inversionistas y no a una política nacional ambiental concertada con los ministerios a partir de la oferta ambiental de los ecosistemas. Pidió a las Corporaciones Autónomas Regionales acompañar legislativamente a los entes territoriales, sin sustituir sus funciones, pues no es asertivo asignarles una responsabilidad que no les corresponde.
Afirmó que no se puede restablecer un equilibrio ambiental y social que no existía antes del último desastre invernal, pero su intensidad evidencia la crisis del modelo. Como acciones urgentes, propuso destinar recursos suficientes para los afectados en condiciones dignas para el ser humano, en el corto, mediano y largo plazos. Estimó vital discutir el modelo de desarrollo y construir una opción de sostenibilidad, sobre una nueva relación de la sociedad con la naturaleza. Para Patricia Fernández, directora de la Corporación Viva la Ciudadanía en Antioquia, “hay un problema de educación ambiental que ha hecho cultural el mal manejo del medio ambiente por parte de todos en el ámbito nacional y global, y hacen falta políticas reales e inversión de recursos suficientes que prevengan, mitiguen y controlen los efectos devastadores del crecimiento de la industria y el consumo desmedido de este siglo”.
“El invierno está bajo control”
La acción gubernamental es errática. Igual que en las anunciadas tragedias pasadas, es un catálogo de disposiciones -algunas necesarias, pero todas de alcance parcial-, que atacan los efectos pero no corrigen los males estructurales. Se expidieron 37 decretos de emergencia económica, social y ecológica, para arbitrar recursos, intervenir las corporaciones autónomas regionales, dar un seguro agropecuario, expropiar zonas indebidamente ocupadas, agilizar licencias de construcción y vigilar la contratación, entre otros puntos.
La intervención de las 33 Corporaciones Autónomas Regionales (CAR) es criticada por 'diagnosticarse la enfermedad en las sábanas', y por posible inconstitucionalidad. La revista Semana dijo que la disfuncionalidad de esas corporaciones se debe a que “históricamente el gobierno central las ha entregado a los políticos locales para lograr el respaldo que necesitan”, poniendo al director y a 7 de los 12 miembros de sus consejos directivos. El abogado Abelardo de la Espriella denunció penalmente a los directores de la mayoría de las corporaciones de la Costa Caribe, por homicidio culposo y lesiones personales culposas, mientras la Procuraduría General de la Nación ordenó investigar a 808 alcaldes del país por presunto incumplimiento de los planes de prevención.
De resto, una correría nacional para el plan de contingencia, encabezada por el Ministerio de la Protección Social, que terminó “de manera satisfactoria” por no tener aún “brotes o epidemias de importancia”, teletones, “reuniones estratégicas”, un “fondo regional” propuesto por el gobernador del Atlántico, Eduardo Verano (en pleno invierno) para “direccionar con fluidez” los $800.000 millones a la reconstrucción que dura 3 años. En tanto, la ceguera de los colombianos por cuenta de su clase dirigente, del desprecio por la sabiduría ancestral y de la “confianza inversionista”, parece empujarnos a ese abismo seco y vacío que era, antes del milagro de los dioses, la Laguna de Tota, y a perecer en las fauces del cruel demonio Busiraco.
 
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