Hoy todos vivimos sometidos a una fuerza
que parece que no podemos contener. El mundo entero: Asia,
América, África, Europa, todo el mundo está
sometido al influjo de políticas económicas
que están en función de asuntos muy diferentes
a los que requieren los países pobres o en vía
de desarrollo, y a los que necesitan y merecen sus habitantes.
Hoy se le confiere al mercado un poder y una capacidad de
generación de beneficios, que suponen que es innecesaria
la presencia y la acción del Estado. Es posible que
este "fundamentalismo de mercado" se haya dado en
parte por lo inmaduro de los mismos Estados, pero no parece
justo con las grandes masas de población de estos países,
que por débil que sea la mano protectora de un Estado
apoyado en la democracia, sea reemplazado por el poder frío
que mueve y promueve el mercado, con el lucro como único
fin.
En el mundo actual nada se acomoda a la forma de pensar que
hemos tenido, a la forma de pensar que resulta de la estructura
de la personalidad tradicional y a la que compagina con el
temperamento habitual de las gentes; muy por el contrario:
nuestra forma de pensar ha debido acomodarse a nuevos estilos,
a fórmulas diferentes de enfocar los problemas, de
afrontar la vida y de apreciar los hechos, todo en un contexto
individualista; pero es la realidad, y es aquí donde
debemos navegar.
Esta fuerza que desconoce el pasado, gana terreno insensiblemente;
no deja vencidos, sino que parece que todas las voluntades
se contagian con sutileza y en poco tiempo lo que hasta entonces
creíamos, no nos explicamos porqué lo creíamos;
lo que practicábamos, no entendemos porqué lo
practicábamos, y nuestra forma de vida, mirada hacia
atrás, nos parece incómoda, llena de necesidades
y a veces hasta ilógica.
No tenemos claro que es lo que está sucediendo frente
a nuestros propios ojos, pero aún así, le vamos
poniendo a los hechos el sello de aprobación.
El asunto tiene importancia porque no todo sucede en lo accesorio,
en lo trivial, no. Políticas y tendencias diseñadas
por fuera de los países, por entes que ya son más
poderosos que todos ellos juntos, van esparciendo ilusiones
y conquistando pareceres y opiniones, y dejando de lado lo
que de lado vaya quedando, mientras va ganando poder la globalización
y el mercado.
Por la sacralización que se ha hecho del libre mercado,
se cree que él tiene su propio poder regulatorio que
es capaz de resolver toda situación social conflictiva.
Por otro lado está la teoría de que los mercados
no se autorregulan, por lo menos no en el corto plazo. Sólo
que el plazo para que sí suceda es tan grande que,
como se asegura que dijo Keynes, "a largo plazo todos
estaremos muertos".
Entretanto, sabemos que el derecho del mercado tristemente
vence los derechos del hombre.
Hoy hay más pobres en el mundo, la desigualdad es más
contrastante y el nivel de vida y de posibilidades de miles
de personas en el planeta, son menores que hace no muchos
años.
No sólo por lo que en esta materia sucede en Colombia,
sino por lo que sucede en muchos otros países, cada
vez es más claro que los beneficios de la globalización
han resultado inferiores a lo que ella había prometido.
Ahora bien, en la salud, ¿qué pasa en la salud
entre nosotros en ese ambiente de mercado?
Lo que ha sucedido después del año 93, aunque
lo conocemos, no hemos terminado de entenderlo. Dos ejemplos:
1. La masa de dinero puesta en asistencia médica hoy
representa para algunos expertos mas del 10% del PIB, cifra
que venía del 5% antes del año de la Ley 100.
Y 2. Por muchas razones, entre ellas de oferta y demanda,
el sistema privilegia un modelo de tipo asistencialista, que
no ha demostrado que impacte elevando el nivel de salud de
la gente común y corriente.
Pero bueno, en una palabra, es en esta plataforma económica
en que nos debemos mover y en la cual tenemos que conducir
nuestras entidades, buscando permanecer en el medio para poder
cumplir con los propósitos de ellas mismas y con los
de las profesiones, sin esperar que un sistema de salud, cualquier
sistema de salud, que no sea inmensamente humano, inspirado
y apoyado en esa base, sea capaz de resolver todos los problemas
de salud de los enfermos y desprotegidos.
Mirémoslo así: en medio de todo, nuestro sistema
de salud tiene una ventaja, ha dejado en nuestras manos, en
nuestra voluntad y en nuestro sentimiento, la posibilidad
de poner el componente humano.
Y el componente humano tiene una consideración especial:
la dignidad. El hombre soporta casi cualquier cosa que le
suceda, excepto que se le lesione su dignidad.
La dignidad para el hombre es, sin duda, lo más preciado,
lo más cuidadosamente protegido, lo más sigilosamente
guardado, lo más sensible, lo que genera cuando se
maltrata, la más terrible humillación.
En el enfermo, sobre todo en el más pobre, la dignidad
es violada frecuentemente en nombre del Plan Obligatorio de
Salud -POS-, en nombre de los costos, de los períodos
de carencia, de las coberturas, de los copagos, de la investigación,
en fin, de mil y un elementos que llevan a que él se
confronte consigo mismo en un silencio muy íntimo,
y a que se cuestione su imagen propia y el sentido de su vida.
Por cualquiera de los pensamientos que el paciente se parcialice,
pierde. Nuestro paciente es un perdedor. No ha sido y no puede
ser redimido por ninguna formulación montada sobre
guarismos, equivalencias o índices. Es un perdedor
y no puede ser redimido por tecnicismos ni por tablas comparativas.
Sólo puede ser redimido por la presencia que acompañe,
la palabra amable, la expresión sentida y fraterna.
Desde luego, hoy por hoy esto no lo contiene ningún
sistema. Sólo ocurre frente a frente, caso a caso,
momento a momento con el paciente.
No estoy seguro que nuestro sistema de salud, ingenioso y
en el buen sentido ocurrente, sea bueno para la gente común.
No estoy seguro que le haya traído más y mejores
oportunidades de recuperar su salud, y más y mejores
oportunidades de mantener su vida; no lo estoy.
Como no lo estoy tampoco, de que haya aportado al desarrollo
y progreso de la medicina, ni que haya proporcionado medios
para levantar los estigmas de las altas tasas de mortalidad
infantil, de mortalidad materna o de baja expectativa de vida.
No estoy seguro de nada de eso.
Por último, quiero decir lo siguiente:
Yo creo que no es cierto que el mercado pueda reemplazar las
relaciones de fraternidad que deben existir entre las personas
y entre los países.
Yo creo que no es cierto que los intereses de mercado sean
superiores a los derechos del hombre.
Yo creo que no es cierto que el mercado sea un valor.
Yo creo que no es cierto que el dinero sea más digno
y más meritorio que un valor del alma.
Yo creo que no es cierto.
Yo creo que no es cierto que el mundo encontrará en
la globalización el remedio a todos los males del hombre.
Yo creo que no es cierto que la globalización sea un
valor.
Yo creo que no es cierto.
Yo creo que no es cierto que la dignidad merezca entregarse
por el éxito económico.
Yo creo que no es cierto que la dignidad de un pueblo, pueda
sacrificarse por el logro de los indicadores de desarrollo.
Yo creo que no es cierto.
De otro lado, creo que sí es cierto que la vida es
una oportunidad y que su transcurrir en el sector de la salud
nos permite reflexionar sobre el sentido y la utilidad de
ella.
También creo que es cierto que en general, pero más
en nuestro sector, la vida tiene su máximo sentido
en función del ser humano. Esto requiere una disposición
muy especial del alma, un propósito del espíritu
y una sensibilidad hacia los demás. Esto puede sonar
obsoleto, pasado, pero es sin duda una fuerza magnífica
de progreso y desarrollo, de solidaridad, de proyección
personal y profesional y, muy importante, de armonía
social.
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