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No
hablemos |
de cifras... |
Palabras
del doctor Julio Ernesto Toro Restrepo, Director del Hospital
Universitario San Vicente de Paúl, en la instalación
de Negociemos. |
¿Cómo lograr el sueño
de que todos los colombianos tengan servicios de salud cuando
los requieran? ¿Cómo lograrlo?
¿Será esto una utopía? o ¿será
que la preocupación en verdad sí tiene sentido?
No quiero pensar en coberturas, ni en porcentajes, ni en
cifras, ni en curvas, ni en indicadores. Quiero pensar en
el sentimiento y entonces imagino la angustia y la preocupación,
el sufrimiento y la desesperanza, que una persona común
puede sentir en lo más profundo de su ser, cuando
vive la mayor de las frustraciones que puede tener el ser
humano: estar enfermo. En esos momentos, indefectiblemente,
se siente soledad.
No pienso en caridad, ni en respeto ni en conmiseración.
Imagino sólo lo que puede sentir en el alma un niño
no, un niño no, un anciano
no, tampoco. Un
hombre común y corriente, que monta en bus, si tiene
con qué, y sobrevive del rebusque, y muchos días
no completa para el diario ni para el pasaje; y sus hijos,
pues sencillamente no van a la escuela y su mujer se las
arregla, no sé cómo para cocinar no sé
qué. ¿Qué sentirá ese hombre
cuando está enfermo? ¿qué sentirá
en su alma?
No hablemos de cifras porque ellas adormecen y son infieles
y se dejan moldear por cualquiera que las necesite, y son
impersonales y crueles y desalmadas e indiferentes, y conllevan
la insolidaridad y la unidad es despreciable frente al universo,
y la cifra mayoritaria nos consuela si está a nuestro
favor, o si no, tiene un error y si lo tiene, entonces también
nos consuela, y las cifras no autorizan a contemplar el
caso, ni la individualidad y por ahí se pierde la
apreciación y la vivencia y el sentimiento que despierta
el mismo sentimiento.
Ellas son para mostrar o para ocultar, para apoyar o para
vencer, pero no son para sentir, por el contrario
son para no sentir.
Con ellas, perdió el médico la batalla, el
hombre la individualidad, el enfermo la intimidad y con
ellas se formuló la ecuación sofística
de derechos en un lado y oportunidades en el otro; y se
dio por sentado que si se creaba un derecho individual,
aparecía consecuentemente una oportunidad.
El Estado entonces y por vía de la Constitución:
"reconoce sin discriminación alguna la primacía
de los derechos inalienables de la persona
",
pero constituido en un estado social de derecho con "prevalencia
del interés general".
Y entonces, ya con el universo en las manos, porque los
derechos sí se reconocieron para todos, se habló
de coberturas y entonces los costos se volvieron un problema.
En medio del debate candente, hubo que hechar mano de los
protocolos y de la cadena de producción. Así
se abría la puerta a la igualdad, se disminuirían
los costos unitarios, se ampliarían las oportunidades,
se aumentaría el rendimiento y por consiguiente,
se reforzaba la ecuación de derechos y oportunidades.
Pero ¿qué pasaba con la libertad? Se ponía
en duda. Y es lógico. Estándares, encasillamiento,
determinismo, igual: pérdida de la libertad.
Ese dilema, igualdad o libertad, es mortal. Pero no se habían
sacado todas las armas. La redistribución y la solidaridad
eran suficientes para convencer y aceptar ceder un poco
de libertad, si fuere necesario, y por ahí derecho
se extendía. Y la promesa tomaba cuerpo: todos quedan
con igual libertad e iguales oportunidades. Convincente.
Con apoyo en la misma Constitución y sólo
con "las limitaciones que imponen los derechos de los
demás y el orden jurídico", se consagró
el "libre desarrollo de la personalidad" y entonces
se vinieron en cascada las discusiones sobre eutanasia,
dosis personal y aborto.
Pero ¿cómo lograr que toda persona, cualquier
persona, tenga las oportunidades de salud prometidas como
efecto de un derecho universal, reconocido y consagrado?
La promesa de que "el Estado protegerá especialmente
a aquellas personas que por su condición económica,
física o mental se encuentren en circunstancias de
debilidad manifiesta
", no se ha logrado. Por
mil razones, pero no se ha logrado. Es la verdad. Entonces
las explicaciones se cuantifican: que nunca antes se había
dedicado más esfuerzo y dinero a la salud, que el
50 % de los colombianos ya están cubiertos, que la
economía, que el empleo, que los costos, que la tecnología,
bueno en fin, mil razones todas con sentido, pero el problema
permanece y no se resolverá mientras todo el enfoque
de un asunto humano, inmensamente humano, profundamente
humano, se haga sólo desde el punto de vista técnico.
A raíz de ese enfoque técnico, vinieron a
actuar sobre lo humano los intereses de mercado, las contrataciones
de adhesión, las riñas entre precios y costos,
las presiones de los volúmenes, de los rendimientos,
de los márgenes y en fin, todos los indicadores,
aquellos que en realidad no indican nada de cuánto
sufre una persona que no alcanzó siquiera a la oportunidad
de la promesa de protección, en virtud de su condición
económica, física o mental de debilidad manifiesta.
En el tema de salud y economía, hay razones de parte
y parte. Sólo conciliando, en el mejor sentido, negociando
en función de lo humano, del sentimiento, de la verdadera
solidaridad, admitiendo el verdadero valor y sentido que
tiene el hombre por sí mismo, podemos lograr el sueño
de que todos los colombianos tengan algún día
servicios de salud cuando los requieran.
Somos nosotros, los colombianos que en el medio tenemos
algún manejo de las situaciones y la capacidad de
moldear circunstancias, nosotros por los que la sociedad
hizo un esfuerzo y nos brindó educación y
formación, sólo nosotros, los que tenemos
el deber de mirar al hombre y con la limitación que
hay por la distancia y por la diferencia de identidades,
comprender sus preocupaciones ante la enfermedad y sus temores
ante la posibilidad de morir.
Muchos sentimos preocupación por la inequidad que
no ha podido ser subsanada, y que son precisamente los mas
necesitados de atención médica, los que menos
oportunidades tienen.
Con esta IV Conferencia, El Hospital quiere acercar, invitar,
propiciar. Desde distintos ángulos todos hacemos
parte de la situación que se vive. Todos tenemos
una visión, cada uno tiene su propia visión
del problema y de las soluciones. En realidad no parece
imposible que todo pudiera converger en construir algo útil
para el hombre, con mucho sentido y pleno contenido humano.
"Negociemos" entraña eso, esa búsqueda
y ese anhelo, ese deseo y esa preocupación.
Establecida la igualdad de derechos, como ya está,
debe existir la posibilidad de lograr una verdadera igualdad
de oportunidades. ¿Será esto una utopía,
o será que la preocupación, en verdad, sí
tiene sentido?
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