¡Morir se complicó!
Luis Fernando Velázquez - elpulso@sanvicentefundacion.com
U na de las preguntas que el ser humano se hace constantemente y enfrenta, es la de la muerte; y frente a la muerte y la agonía es precisamente donde menos claridad se tiene en las respuestas.
En la actualidad, más que nunca, podemos y hacemos mucho por la vida, por alargarla, por aumentar la sobrevida. Ahora contamos con la tecnología, la ciencia y el conocimiento para mantener la oxigenación, la perfusión y la nutrición para permitir que un ser siga con signos vitales de manera casi indefinida. Por su parte la legislación de muchos países han dado vía libre a leyes pro eutanasia que buscan eximirnos de la agonía y de vivir la degradación y decrepitud de nuestro cuerpo cuando se acerca la muerte causada por una enfermedad llamada terminal y que no se puede curar. Esta es la paradoja del hombre moderno: querer vivir sin muerte y no querer vivir la muerte.
La pregunta eterna me la respondió un paciente hace unos años; se llamaba Pablo, vivía sólo acompañado por dos gatos que él llamaba ”los pachos” en una montaña a “tabaquito y medio” de la carretera principal a Titiribi (Antioquia); Pablo tenía un pequeño sembrado de cacao de donde obtenía su sustento y desde hace unos meses lo acompañaba un visitante que llegó para quedarse: un melanoma metastásico.
Al hablar con él sobre la muerte, su muerte, la respuesta fue contundente :”Dotor es que morir se complicó, pero lo de siempre es que la vida y la muerte son lo mismo, si vivimos la primera tenemos que vivir la segunda, por la muerte pasaremos todos, algunos haciendo repulsa y otros en paz“. Ante la respuesta, creo que el hombre de las urbes, ilustrado y moderno, en el camino algo olvidó, y hoy ya no tenemos la claridad que tenía Don Pablo que se entregó al paso de la muerte, mientras que la muerte a su vez lo acogió con un abrazo amable y solitario en una montaña sin hacer repulsa, es decir, en paz.
¿Qué perdimos? ¿Qué olvidamos en el camino de la modernidad? ¿Por qué morir se complicó?
Los Griegos nos dan una luz en el mito de Prometeo, quien al robarle el fuego a los dioses para dárselo a los hombres, permitió que los humanos dominaran la oscuridad, los metales fueron forjados, y el reinado del hombre empezó con un costo que fue la perdida de la capacidad de conocer el día de su muerte. Esto, mirado de manera simbólica o hermenéutica, significa que el hombre al tener más poder y control sobre la naturaleza, olvida o niega la muerte y el morir, negando así que no tiene real dominio sobre ella, pues ella está a la vuelta de cualquier esquina.
Así como el hombre conquista la vida y controla la naturaleza, termina, como diría Facundo Cabral “siendo conquistado por lo que conquistó”.
Como humanidad olvidamos tramitar la muerte, pensar y sentir la muerte, la nuestra y la de los demás; por eso tratamos de evitarla, la aplazamos (distanasia) o la usurpamos y suplantamos (eutanasia). La formación para la muerte no existe, no sabemos y tememos acompañar los miedos a los cuales cubrimos con el velo de lo legal pidiendo a familiares y pacientes que firmen disentimientos de reanimación y trasladando a otros la responsabilidad de explicar que la muerte llegó y que es mejor dejarla pasar y recibirla.
Hacen falta espacios para sentir y vivir la muerte, entenderla y así poder hablar y vivir la ortotanasia, que como diría Don Pablo: ”Se trata de dejar que la muerte llegue sin que lo empujen a uno donde ella o lo atajen a uno y no lo dejen llegar donde ella” y así tener la claridad, incluidos los terapeutas, para verla y no ignorarla y permitir su curso natural.
La invitación es a dejar curar nuestra herida con la mortalidad, para que cuando llegue, podamos decir como el poeta Ciro Mendía, quien al final de su vida, después de hacer las paces con la muerte, lo plasmó en las dos primeras estrofas de su poema:
Cuando llora la muerte:
La muerte es sensitiva y delicada,
Tiene finos modales y es prudente,
Hasta si se presenta de repente,
Es silenciosa y suave su llegada.
Cuando pone su mano deshojada,
Sobre el pecho del que es su pretendiente,
Apenas le sonríe amablemente
Y le apaga la luz con la mirada.
Ciro Mendía
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